En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy es Domingo I ciclo C del Tiempo de Adviento
San Lucas 21, 34-36 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Palabra del Señor
Reflexión El evangelio de hoy, nos puede resultar agobiante pues nos sigue hablando de crisis, pero también tremendamente aleccionador y sugerente. Nos sitúa radicalmente ante nuestra responsabilidad personal y social frente a lo que le pasa y pasará al mundo. Ante tal cúmulo de inquietudes, los interrogantes surgen solos: ¿Pero, yo puedo hacer algo? Y más profundamente aún: ¿Tengo yo la responsabilidad ineludible y de la que se me pedirá cuenta, de hacer algo? ¿Soy únicamente juguete de las circunstancias y de las estructuras o he de tomarme en serio como cooperador activo, bien para aumentar el problema o bien para formar parte de la solución?
Este mismo evangelio nos da pistas: frente a la inquietud y al miedo “por lo que se nos viene encima”, no poderos aturdirnos con drogas como la bebida, el vicio o la preocupación por el dinero (como si la única solución fuese la económica). Por el contrario: por ser solidarios con todas las víctimas y con todos los que sufren no resignarnos, sino “alzar la cabeza” ansiando, esperando, trabajando por y atisbando nuestra liberación. Estar despiertos, orantes y activos.
En eso consiste la esperanza teologal, la virtud propia del Adviento, este nuevo tiempo litúrgico que empezamos. La esperanza, que fue definida por el poeta francés Peguy como “la fe más agradable a Dios” porque supone confianza total en Dios y, juntamente y gracias a ello, disponibilidad total para ponerse al servicio de su Reino. En este tiempo de fe no podemos olvidar que la fe sin esperanza que no lleve a la caridad es una pura ideología alienante, una “fe muerta”.
El modo de vivir esta esperanza nos lo muestra la segunda lectura: seguir “las instrucciones del señor Jesús”, gracias a las cuales “procedemos agradando a Dios”. Para ello, necesitamos que nos “fortalezca internamente” (y, entonces, la oración aparece como imprescindible). Este modo nuevo de vivir en esperanza se concreta y verifica en ese amor mutuo del que el Señor por su Espíritu Santo nos colma y que es testimoniado por hombre y mujeres fieles al Evangelio como el mismo Pablo (“como nosotros os amamos”). ¡Ojalá cada cristiano pudiésemos decir lo mismo!
Para conseguirlo, y porque sabemos que esto no es una vana esperanza, suplicamos con el salmo: “A ti, Señor, levanto mi alma. Enséñame tus caminos. Tus sendas son misericordia y lealtad…”.
_* Dios te bendice…* Oramos: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno, por Cristo Señor nuestro.
Él vino por primera vez en la humildad de nuestra carne,
para realizar el plan de redención trazado desde antiguo,
y nos abrió el camino de la salvación;
para que, cuando venga por segunda vez en el esplendor de su grandeza,
podamos recibir los bienes prometidos
que ahoraguardamos en vigilante espera.