HOY 9 de mayo, celebramos la fiesta de Santa Luisa de Marillac,
fiesta grande para toda la Iglesia y, especialmente, para toda la Familia
Vicenciana.
Fiesta de la cofundadora de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Fiesta de una mujer excepcional y pionera en la organización de la caridad y de los servicios sociales.
Fiesta, en definitiva, de la gran colaboradora de Vicente de Paúl en todas las obras, actividades, proyectos, luchas… por la promoción, liberación y dignificación de los pobres, los marginados y los excluidos.
Luisa de Marillac nació en París (Francia) en 1591. Fue hija natural de Luis de Marillac, señor de Ferrieres-in-Brie y de Villiers Adam, y de una joven desconocida. Hasta los 13 años fue educada como una niña noble en el Monasterio Real de Saint Louis en Poissy. Entre las religiosas se encontraba una tía suya quien le enseñó a leer, escribir, pintar y le brindó una sólida formación humanística. Cuando murieron sus padres y su tía, Luisa entró bajo la tutela de su tío Miguel. Debido a la precaria situación económica de su familia la joven experimentó en carne propia las carencias materiales y aprendió los quehaceres del hogar. Su condición social de “señorita pobre” produjo en Luisa un complejo de inferioridad, que arrastraría durante unos años.
Durante su juventud frecuentó el convento de las hermanas capuchinas en Fauborg y sintió inclinación hacia la vida religiosa. Sin embargo, su director espiritual negó su entrada al convento porque la salud de Luisa era frágil. La convenció de que optara por el matrimonio diciéndole que “Dios tenía otros planes para ella”. En 1613, Luisa de Marillac se casó con Antonio Le Gras con quien tuvo un hijo. Antonio cayó gravemente enfermo.
En 1616 conoció a San Vicente de Paul, quien se convirtió en su confesor, aunque al inicio no quiso. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus «Conferencias de Caridad», con el objetivo de mejorar la situación de miseria en el campo y para ello necesitaba alguien que infundiera respeto y que tuviera empatía y la capacidad de ganarse los corazones de la gente. Conforme San Vicente fue conociendo más profundamente a Luisa se dio cuenta que ella era la persona que buscaba para dirigir su obra. Cuando su esposo murió, ella comprendió que Dios le hacía un llamado grande y especial. En 1629, fue enviada para visitar «La Caridad» de Montmirail y durante ese tiempo realizó otras visitas misioneras. Madame Le Gras realizó estos viajes sin importarle los sacrificios que debía hacer ni su salud.
Cuando San Vicente le pidió formar a jóvenes para el servicio de los pobres, Luisa puso a su disposición la casa que había alquilado para residir luego de la muerte de su esposo. Allí acogió a cuatro candidatas que fueron instruidas por ella para el servicio de los pobres y enfermos. En 1634, redactó la regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. Cuando San Vicente obtuvo el permiso del Vaticano para formar una congregación, este documento se convirtió en el estatuto de las “Hermanas de la Caridad”.
Durante el desarrollo todos los proyectos, la santa llevaba más carga que los demás y se preocupaba en ser un testimonio vivo de la preocupación de Cristo por los enfermos y marginados. En Angers se hizo cargo de un hospital terriblemente descuidado y en París cuidó a los afectados por la epidemia. También socorrió a las víctimas de la “Guerra de los 30 años” y se ocupó de los afectados por la violencia que se vivía en París. Pese a su delicada salud, siempre estuvo presta al servicio y emanaba entusiasmo y alegría.
El “monasterio” de las Hermanas de la Caridad era la casa de los pobres, los hospitales y las calles. Luisa y Vicente las enviaban fuera del claustro- lugar donde muchas congregaciones se recluían- para animar y socorrer a los necesitados. Recorrían aldeas y ciudades con este fin.
En sus últimos años de vida debió reposar porque su enfermedad le impidió movilizarse. Sin embargo, su alma estaba en paz y sintió que el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido. Nunca se quejó y decía que estaba feliz de poder ofrecer este último sacrificio a Dios. Antes de partir dejó este mensaje a sus hermanas espirituales: «Sed constantes en el servicio de los pobres… amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo».
Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió seis meses después. Fue canonizada en 1934 por el Papa Pio XI. En 1960 el Papa San Juan XXIII la nombró patrona de los asistentes sociales.