En su Vallis Liliorum, el místico alemán Tomás de Kempis cita el Cantar de los Cantares: “Yo soy la flor de y el lirio de los valles”; “Esta es la palabra con que Cristo se dirige a su santa Iglesia en general, y más especialmente a cada alma piadosa. Cristo de hecho es el bellísimo esposo de la Iglesia católica […], la flor de todas las virtudes, el lirio de los valles. […] quien quiera servir a Cristo y agradar al esposo celestial, procure despojarse de sus vicios, recogerá los lirios de la virtud”.
Jacopone da Todi, en Il Pianto della Madonna de la passione del figliolo Jesù Cristo, (El llanto de la Virgen de la pasión de su hijo Jesucristo) le hace decir a María: “¡Oh hijo, hijo, hijo! / Hijo, amoroso lirio, / hijo, ¿quién da consejo / a mi corazón angustiado?
“Si la unión entre la rosa y el lirio en las representaciones religiosas subraya a menudo precisamente el vínculo místico entre la Madre y el Hijo”, escribe Piccolo Paci, “allá donde se enfatiza la presencia del lirio, quizá asociado a otra flor, como la aguileña por ejemplo, se quiere evidenciar la soberanía y el destino doloroso y necesario del Salvador”.