En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Domingo X Semana Tiempo Ordinario. CORPUS CHRISTI
- Evangelio según Juan 6, 51-58 * En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor
Reflexion La Eucaristía es fuente y cumbre de la vida del cristiano. (LG 11). En la Eucaristía encontramos la fuente de donde brota nuestra fuerza, nuestra alegría, nuestra paz. La vida cristiana es la vida en Cristo y Cristo vive en mí por la Eucaristía. La Iglesia vive de la Eucaristía.
La Eucaristía es también la cumbre, la cima hacia la cual tiende todo nuestro esfuerzo, porque a la Eucaristía traemos nuestros dolores y alegrías, nuestras decepciones y anhelos, porque la Eucaristía es para nosotros ya un anticipo de la meta, del cielo. A ese Jesús a quien nosotros adoramos hoy en la Eucaristía, lo veremos cara a cara en la Gloria, y al celebrar la Santa Misa nos unimos a la Liturgia Celestial.
Creo poder afirmar que tres palabras sintetizan el significado teológico de la Eucaristía: SACRIFICIO, BANQUETE y PRESENCIA.
Es sacrificio porque en cada altar se actualiza, se hace presente el sacrificio de la cruz. Su carne entregada y su sangre derramada para el perdón de los pecados, no es solo la carne y la sangre que Jesús ofreció en la Ultima Cena, es la carne y la sangre que Jesús ofreció como sacrificio reconciliador en la Cruz.
Es banquete porque el mismo Jesús se nos da como pan vivo bajado del cielo. Su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. El que come mi carne habita en mí y yo en él. Por eso al acercarnos a la Eucaristía, debemos prepararnos y tener un corazón humilde y reverente capaz de maravillarse frente al Misterio del Amor de los amores.
La comunión eucarística no es un premio para unos cuantos puros, pues es también alimento y medicina para los pobres pecadores que somos todos. Sin embargo, San Pablo nos advierte que antes de acercarnos a comulgar, debemos discernir si estamos bien preparados, si estamos en gracia de Dios. Y si tenemos conciencia de pecado grave, debemos reconciliarnos antes de recibir la Sagrada Comunión. Hay quienes piensan: ¿Para qué voy a ir a misa si no puedo comulgar?…
La comunión eucarística es el modo más pleno de participar en la Santa Misa, pero no agota la riqueza del misterio. La misa tiene un valor infinito como sacrificio que se ofrece por todos y cada uno de los participantes, además de ser un alimento espiritual por la Palabra de Dios y la Oración Comunitaria. Por ello, si alguno no puede recibir sacramentalmente al Señor, puede hacer una comunión espiritual, que puede ser un canal para recibir abundantes bendiciones de la misericordia divina.
Por último, la Eucaristía es también presencia real. En el Santísimo Sacramento está realmente presente Jesús, en su Cuerpo y Sangre, en su humanidad y en su divinidad. Una presencia que se prolonga luego de la celebración de la Santa Misa, ya que Jesús se queda con nosotros en el Sagrario.
Jesús nos dijo: YO estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Jesús está en el Sagrario, aguardándonos como un amigo íntimo y cercano, que nos conoce, que sabe de nuestras alegrías y tristezas.
El sabe lo que te preocupa y quiere que se lo compartas, que como San Juan reclines la cabeza en su Corazón. El quiere que lo visitemos con frecuencia, para darnos su fuerza y su gracia en el camino de la santidad.
Cuantas veces pasamos de largo ante el sagrario, sin ser conscientes de que allí habita Dios. Si Moisés se quitó las sandalias y se cubrió el rostro ante la zarza ardiente, cuanto más nosotros ante la presencia real del Hijo de Dios.
Que ella nos eduque a ser reverente, que Ella interceda por nosotros para que nuestros ojos se abran, para que nuestro corazón se encienda como el de los discípulos de Emaús, para que cada día crezca en nosotros el amor por el Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
Dios te bendice Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria. “Viva Jesús Sacramentado”.