Beata Rosalía Rendu, HC
Juana María Rendu (Sor Rosalía), hija de Antonio Rendu y de María Ana Laracine, nació el 9 de septiembre de 1786 en Confort, en el distrito de Gex en las Montañas de Jura, sudeste de Francia, cerca de la frontera suiza. Vivió toda su vida como Hija de la Caridad, unos 53 años, en el distrito de Mouffetard, el barrio más pobre de París. La sed de acción, devoción y servicio que ardían en Sor Rosalía no podía encontrar un lugar mejor para ser saciada. Allí, un insano suburbio, las enfermedades y la pobreza eran la porción diaria de los habitantes que se esforzaban sencillamente por sobrevivir. Sor Rosalía floreció entre las personas que serían rápidamente sus “Amados Pobres”.
Sor Rosalía fue la “madre buena de todos” sin distinción de religión, puntos de vista políticos, o estado social. Con una mano recibía del rico, con la otra daba a los pobres. Sor Rosalía compartía la alegría de hacer buenas obras. A menudo se la podía ver en el salón de la casa con “sus amados Pobres”, así como con obispos, sacerdotes, oficiales del gobierno, mujeres adineradas y estudiantes de la universidad. Entre ellos Federico Ozanam y los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Tierna y respetuosamente, Sor Rosalía y las Hermanas de la casa acompañaron a estos hombres jóvenes generosos y a otros estudiantes. Ella les recomendaba la paciencia, indulgencia y cortesía hacia ellos. “Amen a los pobres, no los culpen demasiado… recuerden que los pobres son aún más sensibles a su conducta que a su ayuda”. Sobre todo les enseñaba con su ejemplo: ¡Todos los días, en todo tipo de tiempo, Sor Rosalía cruzaba las calles y callejones que subían al Panteón, al lado sur de la Colina de Santa Genoveva… Con el rosario en la mano y un pesado cesto en su brazo, caminaba con paso rápido porque sabía “que los pobres la estaban esperando!”.
Ella hablaba de Dios a la familia que sufría porque el padre no tenía trabajo, a la persona anciana en riesgo de morir sola en un ático: “Nunca he orado tan bien como en las calles”, diría. Su fe, sólida como una roca y clara como una primavera, veía a Jesucristo revelado en todas las circunstancias. Su vida de oración era intensa, afirmaba una Hermana… “ella vivía continuamente en la presencia de Dios. Cuando tenía una misión difícil que cumplir, estábamos seguras de verla en la capilla o encontrarla de rodillas en su oficina.”
Para luchar contra la injusticia y la pobreza, despertó la conciencia de los que estaban en el poder o de los que tenían dinero, trabajó por la educación de los niños y de la juventud de las familias pobres y, para responder a las emergencias, animaba a compartir. “Ella organizó la caridad”.
Durante los años de la Revolución, en 1830 y 1848, Sor Rosalía y sus Hermanas cuidaron a los heridos: tanto rebeldes como soldados. Las personas que estaban en peligro encontraron siempre refugio en la casa de las Hermanas en la calle de l’Épée-de-Bois. Su casa se convirtió en refugio y hospital.
Los últimos años de la vida de Sor Rosalía fueron dolorosos al empeorar su salud y disminuir su visión.Ya nopodía visitar a sus queridos pobres de una forma regular, pero su reputación continuó creciendo. El emperador, Napoléon III, le otorgó la Cruz de la Legión de Honor, un honor militar que sólo cuatro mujeres han recibido hasta tiempos recientes.
Sor Rosalía experimentó, en su sencilla vida de Hija de la Caridad, la verdad de las palabras de Vicente de Paúl en 1660, “… ciertamente el gran secreto de la vida espiritual es abandonar en Dios a todos los que amamos, abandonándonos nosotros a todo lo que Él quiera. Pedid por mí.” Y sería esta sencilla Hija de la Caridad la que sería honrada en su funeral el 9 de febrero de 1856.Asistieron al mismo unas 50.000 personas de todos los sectores de la sociedade ideas políticas y religiosas. A partir de ese día, hasta hoy, las flores frescas decoran siempre su tumba.