Dios viene al encuentro del hombre
pero el hombre -particularmente el hombre contemporáneo-
se esconde de Dios.
Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «fuera, fuera… crucifícalo» (Jn 19, 15). Jesús es el «Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y nosotros parecemos «el-hombre-que-se-va»: «vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1, 11)
¿Por qué huimos? Por nuestra falta de humildad. Juan Bautista nos recomendaba «menguarnos» Y la Iglesia nos lo recuerda cada vez que llega el Adviento. Por tanto, hagámonos pequeños para poder entender y acoger al «Pequeño Dios». Él se nos presenta en la humildad de los pañales: ¡nunca antes se había predicado un «Dios-con-pañales»! ¡Ridícula imagen damos a la vista de Dios cuando los hombres pretendemos encubrirnos con excusa y falsas justificaciones!.
Ya, en los albores de la humanidad Adán lanzó las culpas a Eva; Eva a la serpiente y… habiendo transcurrido los siglos, seguimos igual.
Pero llega Jesús-Dios: en el frío y la pobreza extrema de Belén… no vociferó ni nos reprochó nada. ¡Todo lo contrario!: ya empieza a cargar sobre sus pequeñas espaldas todas nuestras culpas. Entonces, ¿le vamos a tener miedo?, ¿de verdad van a valer nuestras excusas ante ese «Pequeño-Dios»?. Recordemos lo que nos decía el Papa Benedicto XVI: «la señal de Dios es el Niño: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con él la humildad».