Santuario Nuestra Señora de los Milagros

ES DOMINGO…

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Domingo XI Ordinario Ciclo B

Evangelio según San Marcos 4, 26-34 En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor

Reflexión. Encontramos, en el Evangelio de hoy, dos sencillas parábolas de Jesús para enseñar “a la gente” cómo es el Reino de Dios. Acercar la grandeza del Reino de Dios a nuestro pequeño entender es la intención de la predicación del Señor. Y qué mejor que hacerlo con los elementos de la vida cotidiana de quienes le rodean. Lo que importa es captar el mensaje, la doctrina que encierran, lo cual a veces no es tarea fácil para nosotros, que vivimos dos mil años después y en una cultura y sociedad que dista bastante de la agrícola en la que vivió Jesús. Pero contamos con la ventaja de que la Palabra es siempre actual, independientemente de las circunstancias que la rodean en su literalidad.

La primera parábola habla de la semilla que crece por sí sola. El Reino de Dios tiene en sí una potencia creadora imparable y a la vez incomprensible. Crece, se desarrolla y extiende sin que el hombre lo perciba, ni pueda detenerlo o retrasarlo, y llega a un final espléndido: tallos, espiga y grano.

Es una parábola que nos invita a la paciencia, la serenidad y la confianza. En un mundo “inmediato”, tecnificado hasta el extremo, en el que todo es “on-line” e instantáneo, el Reino de Dios exige un ritmo callado, lento, casi inapreciable, que sólo puede estimarse en su total realidad cuando llega la siega. Tener prisa no hará que el tallo acelere su crecimiento, pero sí debemos poner los medios que lo favorezcan, colaborando así a que la semilla dé fruto abundante.

La segunda parábola nos habla de los inicios casi inapreciables del Reino de Cristo. La semilla de mostaza, la más pequeña, se hace un árbol frondoso. Las apariencias engañan. Y de nuevo nos encontramos con la escala de Dios “equivocada”, muy opuesta a la nuestra. A veces creemos que en lo espectacular, grandioso y llamativo está este Reinado, y nos equivocamos. La vida cotidiana, los hechos irrelevantes, la pequeñez del momento presente oculta una riqueza que nos pasa desapercibida, pero que contiene en sí la frondosidad de la Vida del Reino del Espíritu a nuestro alcance. Si desaprovechamos los pequeños actos cotidianos, dejaremos pasar la oportunidad de contribuir a la extensión del Reino del Señor a nuestro alrededor.

Y un tercer aspecto: El deseo de Jesús de que sus discípulos entiendan bien sus enseñanzas, hace que les explique las parábolas “en privado”. Tiene una intimidad especial, una confianza, una cercanía hacia los discípulos hasta tal punto que el evangelista tiene interés en distinguirlos de la multitud que con frecuencia acompaña y rodea a Jesús.

En estos discípulos entramos también nosotros, que tratamos cada día de hacer vida el Evangelio. Es imprescindible ponernos ante la Palabra en silencio, “en privado”, abriendo el corazón al Espíritu Santo que inspiró esa misma Palabra, para que el mismo Señor nos la actualice.

La Palabra se convierte así en la “semilla” que cada día se siembra en nosotros gratuitamente. Aqui nos situamos como pobres ante la Palabra y pedimos el Pan del altar que nos guíe hoy. Cristo es Palabra y Pan. Por eso no hay dos días iguales, porque el “pan” nunca es el mismo. La Palabra será, con el tiempo, nuestra diaria compañera de camino, que ilumina nuestra vida y dará fruto abundante.

Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.