En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Domingo XXI Ordinario año par.
Evangelio según San Juan 6, 60-69: En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor
Reflexión: El evangelio de hoy nos habla de la decisión que tomó un grupo numerosos de discípulos de abandonar a Jesús, porque habían quedado escandalizados por su palabras cuando les declaró que él es el pan vivo bajado del cielo. Ante la desbandada de sus discípulos, Jesús preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Pedro, hablando en nombre del grupo de los Doce, ratifica su apuesta por Jesús con esas emotivas palabras: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
En el corazón del verano también a nosotros se nos invita a tomar una decisión o, mejor a renovar nuestra opción de seguir a Jesús. Es una opción vital en la que nos jugamos la vida.
Pero lo más difícil no es tomar una buena decisión, sino permanecer fieles a ella a lo largo de los años y hasta el final de nuestra vida. Cuando nos decidimos por el Señor Jesucristo renunciamos a los otros dioses, en particular a los dioses que más seducen el corazón humano, como el tener, el poder y el gozar. Cuando un hombre apuesta por una mujer para compartir su vida y una mujer apuesta por un hombre para formar con él un hogar, tienen que renunciar a otras apuestas posibles y a todos los amantes que puedan encontrarse más tarde en la vida. Cuando elegimos a Jesús, como hicieron los Doce, tenemos que renunciar a otros presuntos salvadores y a sus promesas maravillosas que pretenden seducirnos.
En todas las cosas la elección no es lo más importante, sino la fidelidad de todos los días. Por eso todos los días Jesús nos pregunta: «¿también vosotros queréis marcharos?» Esta pregunta nos obliga a renovar nuestra decisión y a profundizar sus motivaciones para mantenernos firmes en ella. Pues cuando todo va bien, cuando la vida se desarrolla sin grandes problemas, es fácil mantener la fidelidad. Pero cuando llega el tiempo de la prueba, la fidelidad se hace más difícil.
El tiempo de la prueba llegó para los discípulos de los que nos habla hoy el Evangelio cuando Jesús comenzó a hablar sobre la Eucaristía. Pero también los discípulos más fieles tuvieron que enfrentarse con otras pruebas. Recordemos el caso de Pedro. Es indiscutible su amistad y su amor a Jesús. En Cesarea de Filipos él confesó en nombre de los demás discípulos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En Cafarnaún reconoció con firmeza que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el santo de Dios. En la última cena declaró que nunca le negaría y que estaba dispuesto a dar su vida por él. Y sin embargo, en el momento de la prueba, delante de la criada del Sumo Sacerdote negó tener algo que ver con Jesús.
La fidelidad es tan importante en la vida cristiana que no sólo se le llama a Jesús «el testigo fiel», sino que esta palabra «fiel» pronto pasó a denominar a los cristianos.
Jesús, el pan de la Eucaristía nos da fuerzas y nos reconforta en el camino de la vida. No podemos prescindir de Jesús, de experimentar cada día su cercanía y amor. Sabemos que en el empeño nunca estamos solos. Él cumple su promesa y nos acompaña hasta la meta final.
Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.