La fuerza de la fe del pueblo de Israel se había fosilizado.
Había perdido el coraje, el vigor y el Espíritu.
No es que fuera una sociedad secularizada, sin Dios,
como hoy entendemos y somos. La ley de Dios, su culto y sacrificios en el templo, el recuerdo de sus gestas en la historia del antiguo Israel, permanecían vivos en la práctica y en el recuerdo de los contemporáneos de Juan el Bautista y de Jesús de Nazaret, que lo rememoraban con particular intensidad en sus grandes fiestas anuales. Pero todo ello, si bien focalizado hacia Dios, carecía de la vida de Dios, del Espíritu de Dios.
Por eso Juan comenzó a predicar y a bautizar, llamando a una vivencia más auténtica de la fe.Y barruntó una nueva presencia del Espíritu, que se manifestó tras el bautismo de Jesús, cristalizando en el Nazareno la identidad de Hijo amado y predilecto del Padre.
A partir de aquí, Jesús comienza a vivir de forma plena y en exclusiva para el proyecto del Padre, manifestado ya desde antiguo en la predicación profética: implantar la justicia y el derecho, ser luz para los ciegos y libertad para los cautivos, oferta de bondad y liberación de todo mal. Nuevo impulso de vida, en definitiva, para una humanidad anquilosada y desnortada.
He oído estas últimas semanas a personas distintas decir: “parecemos tristes”. La verdad es que la crisis que padecemos “es crisis económica, crisis política, crisis de convivencia, crisis de valores, crisis de modelos, crisis de identidad, crisis religiosa. Se nos ha juntado todo a la vez: estamos enfermos y sin defensas. Soñamos con la salida, estamos ansiosos de descubrir nuevos valores, de fuentes de energía sustitutoria, de nuevas perspectivas de trabajo”… pero… ¿buscamos en la dirección adecuada? Existe una única salida a todo esto: ya está aquí, entre nosotros. El Espíritu que hizo de Jesús el Hijo amado y predilecto del Padre se nos ha dado también a nosotros. Su Fuerza nos habita. Su Vida nos vivifica. Su Programa de acción es el camino a recorrer cada día.
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El proyecto de Dios sobre la Tierra y sobre la humanidad está aún lejos de su realización.
En la mente de cada uno de nosotros están los puntos oscuros de la historia que en este preciso momento estamos gestando. Alguien ha definido nuestro tiempo y nuestra cultura contemporáneos con los preocupantes calificativos de ansiedad, frustración, desengaño, indignación… Porque somos muchos los que seguimos sin luz para entendernos, sin libertad para realizarnos, sin bondad para crecer equilibrados y sanos. Porque somos muchos los que nos sentimos engañados, defraudados, desconsolados, amenazados; por no decir explotados, cosificados, arrinconados o como material de desecho. Y en medio de todo esto, el Espíritu de Dios nos impulsa hoy, como antaño a Jesús, a pasar por el mundo, por este mundo, haciendo el bien y liberando a todos los oprimidos por el mal. ¡Qué hermoso y beneficioso para nuestra humanidad que hoy nos pongamos humildes y generosos a la escucha del Espíritu que nos fue dado en nuestro propio bautismo, para que descubramos por dónde quiere guiar nuestros pasos y encaminar nuestros esfuerzos! Es preciso ser fieles. Están en juego la vida y la esperanza, la justicia y la paz. La dignidad. Esa huidiza y vaporosa realidad que llamamos dicha, o felicidad.
Feliz Domingo a todos…