Ícaro quería llegar hasta el sol con sus alas de cera, los mitos antiguos nos hab17lan de la aspiración de subir al cielo, expresan con un lenguaje simbólico, la sed de transcendencia que anida en el corazón del hombre. La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés que celebraremos el próximo domingo, nos hablan de esto, del sentido de la vida. Nos recuerdan las antiguas preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Cuál es el fin de mi existencia? ¿Adónde va a parar la historia?… En concreto la Ascensión nos recuerda a donde vamos, al Reino definitivo de Dios.
“Donde nos ha precedido Cristo, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”, nos dice la oración colecta de hoy. Es el sentido de la fiesta que celebramos. Cristo es la plenitud de cada vida humana y de toda la humanidad, el punto cumbre de la ascensión humana. Debemos recorrer el camino de Cristo para ser con él glorificados. Quedarse “mirando al cielo” es algo contrario a la Ascensión. El creyente es un testigo para nuestro mundo, es un hombre y una mujer encarnados, arraigados en la tierra donde se decide la vida. No están las cosas como para evadirse de los problemas de la humanidad con espiritualidades desencarnadas. Debemos de ser místicos de ojos abiertos, contemplativos que sean sal y luz, que amen el Reino y luchen u oren para que cambie lo que contradice el plan de Dios.
La Ascensión pone el Reino en manos de la comunidad de los discípulos que deben: “id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Que el Reino se haga presente en la historia, es fruto, al menos en parte, del testimonio de la Iglesia, nos jugamos nuestra credibilidad y la de la Buena Noticia de Jesús. Que el hombre pueda ascender a su plenitud, Dios pueda ser glorificado, que sepamos “hacia dónde vamos”, depende mucho del estilo de vida que adoptemos. Según los evangelios, Jesús viene del Padre y vuelve al Padre. Viene del amor y vuelve al amor. Es fruto de la libertad absoluta de Dios y vuelve a la libertad. Ese es el camino: el amor, la libertad y fiarse del Padre, (fe, esperanza y caridad).
En la primera lectura se nos dice: “apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios”, está clara la razón de ser de la Iglesia que no es otra que anunciar el Reino a todos los hombres y pueblos. Un anuncio que no consiste sólo en buenas palabras, el evangelio recuerda: “el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”. A los que crean, les acompañaran estos signos, (si se me permite la adaptación de los “venenos” y “serpientes”…): anunciarán las Buena Noticia a los pobres, hasta identificarse con su destino; la liberación de toda forma de opresión; la restitución de la dignidad a los que les ha sido arrebatada; el perdón y la misericordia de Dios; la importancia de ser sencillos y limpios de corazón y procurarán trabajar por el bien común de la comunidad y la transformación del mundo.
Empieza el tiempo del Espíritu, el hombre llevado por este viento, puede ansiar llegar al cielo, vislumbrar el objetivo supremo de la vida humana, intentar ser Hombre Nuevo, superar la pesadez de una vida plantada en la tierra, buscar la transcendencia. Es un esfuerzo que durará toda la vida. Que la fiesta de la Ascensión nos anime a aspirar a lo más alto, a tirar del mundo y de nosotros hacia arriba, en esa ilusionada y a veces dura marcha de la humanidad hacia los cielos nuevos y la tierra nueva, en los que habite la justicia. No somos tan pretenciosos como Ícaro, aunque hemos creado aviones y naves que llegan cerca del sol, sabemos que dependemos de la fuerza del Espíritu y él nos permite soñar y volar.