“No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos.
El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel.”.
Nos lo deja claro Amós en la primera lectura, el que llama y envía es Dios.
Lo mismo nos comunica Marcos en el Evangelio:
“En aquel tiempo llamó, Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos”.
Por si nos quedaban dudas, San Pablo en la segunda lectura recuerda: “Él nos eligió en la persona de Cristo…”. Somos llamados y enviados a ser hombres, a ser personas, a defender la vida, seguir a Cristo, extender el Reino y a eso lo llamamos: “vocación”.
1.- La conversión de una empresa (sobre todo cuando hace aguas) no consiste solamente en un lavado de fachada o en el cambio de la técnica para sacar adelante su producto. El secreto de su éxito reside en algo fundamental: ha de ser fiel a sus principios fundacionales. Ha de sacar adelante, más allá de la técnica, formas y maneras su producción. Y por cierto, si quiere ser combativa y competitiva, con calidad.
2.- En la vida cristiana puede ocurrir algo muy parecido. Quedarnos en unos mínimos, tan mínimos, que la resultante sea una vida light y sin diferencia alguna con lo que vemos o escuchamos por la calle. El cristianismo no sólo predica el amor de Dios, que es lo tenemos muy claro, además no puede dejar de exigir una mayor justicia, verdad, fraternidad y perdón entre los hombres.
–Siempre, y es así, es más fácil hablar de lo mucho que Dios nos quiere que exigirnos a nosotros mismos el amar como Él nos ama.
–Siempre, y es así, resulta menos profético presentar un rostro licuado de la fe que un color marcado por los derechos humanos, la pobreza o las bienaventuranzas. ¿Qué ocurre entonces? Ni más ni menos que, la conversión, siempre será la asignatura pendiente de la calidad de nuestra vida cristiana. O hay conversión o podemos concluir que nos estamos haciendo a nuestra media una versión diferente del Evangelio.
- Nuestra fe, además de personal, ha de ser contagiosa. No podemos recluirla en la caja de cristal que existe en el corazón de cada persona. La fe, como si de una bomba racimo se tratara, explota y se expande allá donde existe un afán evangelizador; donde los cristianos, sintiéndose tocados y elegidos por Dios, no se repliegan y saben que están llamados a ser profetas o altavoces del Evangelio.
Los elegidos no solamente son o somos los sacerdotes; todos, desde el momento de nuestro Bautismo, insertados en el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia estamos convocados y urgidos a desarrollar –con nuestros carismas, habilidades, dones, talentos e inteligencia- una misión personal que nada ni nadie en nombre de nosotros podrá realizar. ¿Por qué? Porque cada uno, allá donde está, debe dar su peculiar color a su vida cristiana y, con su vida cristiana, color a todo lo que le rodea.
4.- Hoy, además de sacerdotes, necesitamos cristianos convencidos. Hombres y mujeres que, siendo conscientes de que creen y esperan en Jesús, están llamados a participar de la encomienda de Jesús: “id por el mundo”.
Nos quedamos con una frase del Papa Francisco pronunciada en Quito en su viaje reciente a Ecuador: «La sociedad necesita más nuestras obras que nuestras palabras.”
BUEN DOMINGO…