En este domingo termina el discurso del “Pan de Vida” del capítulo sexto de San Juan.
En el texto descubrimos varias cosas: por un lado la presentación del mensaje con toda crudeza, con claridad, aun a riesgo de quedarse completamente solo, “muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. Por otro lado la dificultad que tiene el mensaje cristiano para ser aceptado, “desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.
Es inaceptable este modo de hablar, en el cristianismo no sólo se habla de la existencia y presencia de Dios, sino que se proclama, que lo divino se ha hecho carne en lo humano de todos los días. No nos olvidamos del hombre para preocuparnos por Dios, sino que aprendemos a descubrir a Dios, preocupándonos de los hombres. Por eso algunos dicen: Dios existe, pero que no se meta en nuestros asuntos, prefieren tener una religión orientativa antes que vivir desde la FE. La Fe en Jesucristo nos obliga a tomar opciones radicales conforme a lo que el Evangelio pide… mucho más allá de lo que “yo” estoy dispuesto a dar, a aceptar, a asumir… “Que vuestro sí, sea sí… que vuestro no, sea no”…
Pensad en quién abandona al Señor… Aquellos que han sido alimentados hasta saciarse en el signo de la multiplicación de los panes y los peces… aquellos que, cuando todo parecía sonreírles, querían proclamar al Señor: Rey de Israel… ¿No os suena a nada? A nosotros, como a los del tiempo de Jesús, nos gustaría más un Dios manejable y curandero (“supermercado”… dicen algunos), a quien pudiéramos dirigirnos con la posibilidad de que nos atendiera a nuestro gusto, según nuestros deseos, pero… nos encontramos con un Señor que no entra en esa dirección… rechaza de plano la “manipulación”, el “ensulzar”, “descafeinar”, “desnatar”… el mensaje y la misión que tienen encomendada…
No le podemos pedir al Señor que nos evite el proceso (camino verdadero es el que sube) de la Fe. No es la imposición, ni el imperativo legal… lo que debe hacernos creíbles en la fe sino… nuestro día a día. La lógica del Señor nos lleva a aceptar el camino, por difícil que este sea…, incluso cuando conduce a la Cruz. O se acepta o no se acepta… No es cuestión de “justificaciones” sino de confianza en Él… de fiarnos de Él…
Como podéis imaginar… el problema no está fuera, no es de los que se declaran ateos o incrédulos… el verdadero problema somos tú y yo… cuando nos entregamos a la satisfacción de la comodidad, de una fe “a la carta”, a la superfificialidad… en una palabra: a la mediocridad de halagar con nuestras palabras y actitudes… buscando, única y exclusivamente, el beneplácito de los demás. Es verdad que el compromiso con el Evangelio, el crecimiento en la fe no excluye los interrogantes, las dudas y las crisis, pero al final se crece en una confianza, que no la da el intelecto sino la relación personal con Dios.
San Pedro lo expresa a la perfección: “¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Pedro y los demás apóstoles no eran más virtuosos que los que abandonaron al Señor, ni tampoco unos ingenuos que se dejaron convencer, no les gustaba la cruz, no llegaban a entender en totalidad aquellas palabras pero… llegaron a la vida porque, a excepción de Judas Iscariote, eren sinceros en sus actitudes y no tenían doblez. Las palabras que dan vida no siempre suenan bien, pero al final son las que quedan. Suelen pronunciarlas personas que se rigen por el amor, que quieren el bien, que buscan lo mejor, no para ellos sino para aquellos a quienes invitan a tomar decisiones. Por eso la palabra se sustenta en las personas, en ellas adquiere credibilidad, por ellas son dignas de confianza. Esto es lo que le pasó a Pedro y a toda la comunidad que escucha a Cristo con sinceridad y se deja afectar.
Recordad lo que nos cuenta la primera lectura: Josué antes de morir reunió a todo el pueblo y les dijo con claridad: Hoy vosotros debéis elegir y decidiros. O por Yahvé que os saco de Egipto y os acompañó hasta aquí, o por los dioses de esta región. Yo me mantengo fiel al Señor. Y vosotros ¿qué decidís? Y todo el pueblo respondió: “Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.
Mi queridísima abuela, a quien encomiendo a la misericordia del Señor y pido que pueda disfrutar eternamente de su presencia, siempre me decía: “Quién dice las verdades pierde las amistades”… Ahora, en el aire, queda resonando esta pregunta para ti y para mí; nos la hace el mismo Señor: ¿también vosotros queréis marcharos?, y espera una respuesta sincera aunque “nos haga perder las amistades”…
FELIZ DOMINGO… DÍA DEL SEÑOR Y DE LA FAMILIA CRISTIANA