El Dios crucificado, imagen que no es metáfora, sino realidad,
es, junto a la resurrección, la intuición más radical de nuestra fe.
Nos habla de la fragilidad humana, asumida por el mismo Dios.
Nos habla de la paz como único camino, frente a otras sendas
construidas sobre el rencor, la violencia o la ley implacable.
Nos habla del amor como la mayor transgresión en un mundo que
a demasiadas personas las etiqueta como indignas de ser amadas.
Nos habla del dolor de Dios.
Un Dios que no es lejano, ajeno ni indiferente a la creación que salió de su corazón;
un Dios cercano hasta el punto de vaciarse en nosotros, con nosotros, por nosotros.
Y de las entrañas de misericordia de quien no puede no conmoverse ante los sentimientos humanos.
Nos habla de compromiso, de una alianza inquebrantable, y de riesgo.
De víctimas inocentes, y verdugos inconscientes que no saben lo que hacen.
Pero ni para verdugos ni para víctimas ha de tener la cruz la palabra definitiva.
Todo eso, y mucho más, es lo que podemos ver cuando miramos al crucificado. Sea, pues.
FELIZ DÍA A TODOS…