La violeta es la pantalla y la imagen de la lealtad.
Cuentan las leyendas que un ángel convertía en violetas las lagrimas
de Adán al ser expulsado del paraíso en violetas.
También San Bernardo llamó a esta flor la flor de la humildad
y desde entonces fue adoptado como símbolo de la Virgen María.
Coger un puñado de “violetas” y llevárselos a María es sentir una llamada a perseverar en el camino cristiano.
Lo más fácil y cómodo puede ser el abandonar.
Lo más sabio e inteligente, valiente y comprometido es….la lealtad a Jesús.
No resulta difícil, ni mucho menos, sembrar de violetas el altar de Santa María
y en recompensa escuchar una palabra de sus labios:
“haced lo que Él os diga”.
Sólo de esa forma podremos mantenernos leales a lo que el Señor quiere y pide de nosotros.