A pesar de la franqueza de Jesús,
los judíos no le reconocen como el Mesías.
Están colmados de pre-juicios.
Le piden que no les tenga en suspenso; que les diga. Pero Jesús no les dice. Se lo ha dicho ya con mil palabras, que ellos no escuchan, porque no quieren escuchar. Esta es la razón de su obcecación: que no quieren escuchar.
No se parecen a sus “ovejas” que “escuchan su voz”, porque tienen espabilado el oído y abierto el corazón para acoger su testimonio, como el testimonio del Padre Dios. Ellas le siguen. Y, en su seguimiento, se saben seguras.
Es cierto que, cuando se hiera al Pastor, se dispersarán las ovejas. Pero, después de reunidas, adquirirán una fuerza enorme. Será la fuerza del Resucitado. La fuerza del Espíritu Santo, que superando el miedo, las capacita para hablar y dar testimonio sin ambages allí donde están.
¿Esta fuerza del Resucitado nuestra fuerza?
FELIZ DÍA A TODOS…