“Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?”,
nos dice la primera lectura de Isaías.
¿Qué es eso nuevo?, la respuesta está en el Evangelio de este domingo.
Lo nuevo es la reacción de Jesús, o cumple la ley o salva a la adultera, no tiene ninguna duda, parece desentendido:
“escribía con el dedo en el suelo”, pero lanza un desafío: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” y sigue escribiendo. “Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, comenzando por los más viejos, hasta el último”, se quedan solos. No hay duda, algo nuevo está brotando.
Jesús nos apunta la actitud que tenemos que tener los cristianos: condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”). Es preciso creer en Dios que es capaz de hacerlo todo nuevo y convertir a aquella pecadora en una mujer distinta, y hay que creer en la mujer, esperando en silencio, sin preguntas indiscretas. Se trata de enfrentar al hombre de hoy y de siempre con el pecado que lo esclaviza, para que tomando conciencia de sus ataduras, las rompa y se libere.
Buscar salvarnos no tanto de las piedras, cuanto de nosotros mismos, por eso el silencio respetuoso, que sólo se rompe por la palabra amiga, que invita al cambio, que tiende la mano.
Tenemos mucho que aprender de la manera de actuar de Jesús, en demasiadas ocasiones no creemos en la dignidad de las personas, sólo vemos y juzgamos sus acciones. No podemos tener el deseo de condenar a nadie, hay que agotar hasta el extremo la compasión, la misericordia, para salvar al que suponemos perdido, que siempre puede reanudar su vida. Esto es lo nuevo que nos cuesta asimilar y vivir en la experiencia diaria de nuestras comunidades y en la nuestra, que nos obliga a un cambio radical, de nuestras relaciones con los hermanos que creemos pecadores: cuantas habladurías, comentarios, descalificaciones, sobre todo cuando se trata de la moral: es madre soltera, está separada, viven juntos…; menos cuando se trata de lo social: paga mal a sus trabajadores, explota la precariedad…
Violamos con mucha frecuencia esta página evangélica, amontonamos piedras, creyéndonos jueces de los demás y mejores que ellos, sin darnos cuenta, que desde los más viejos a los más jóvenes, todos tenemos mucho de luz y tinieblas. “Anda, y en adelante no peques más”, como dice San Pablo en la segunda lectura: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta”, “todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo”. Este es el camino que hacemos con otros, aquella mujer y nosotros, con la mirada limpia, la sonrisa en los labios, el corazón renovado, buscamos la meta que nos conduce a la muerte de nosotros mismos, para llegar al hombre y la mujer nuevos, a la resurrección, a la Pascua.
Que fácil sería confesarse, pedir perdón, ponerse ante el Señor, con la confianza de que su amor lo hace todo nuevo, ¿no lo notáis cada vez que somos perdonados? Él escribe en nuestras vidas, nosotros nos regeneramos.