Hoy comienza el tiempo que llamamos: «ordinario«.
Hace apenas unos días contemplábamos al Niño-Dios, adorado por los Sabios de Oriente, y ayer mismo dábamos un salto para contemplarle treinta años después siendo bautizado en el Jordán por Juan. Durante 30 años el niño ha ido creciendo “en gracia y sabiduría” y ha ido descubriendo su misión y su identidad como “Hijo de Dios”, que ayer mismo quedaba confirmada con aquella revelación de lo alto: “Tú eres mi Hijo amado…”.
Hoy Jesús comienza su misión. Se sabe Hijo amado del Padre y se sabe enviado para anunciar la Buena Noticia de su Amor y llamar a todos a convertir el corazón: y comienza a hacerlo. Con ello, el tiempo ordinario se inicia con el ministerio público de Jesús.
Como siempre, la riqueza de la Palabra de Dios puede sugerir muchas cosas, según la realidad que vivimos y según el corazón que la recibe. A mí, el Evangelio de hoy me deja resonando algo que parece que fue esencial para Jesús: la necesidad de sentirse familia, comunidad… para compartir con El la misma misión. Y en efecto, inicia su predicación invitando a los primeros discípulos a seguirle…
Quizá nuestra cultura, excesivamente centrada en el yo individualista, nos ha llevado a vivir la fe, la llamada y la misión en una clave individualista. Lo podemos ver en muchas cosas: los que se conforman con ir a su misa y hacer sus prácticas devocionales sin referencia a los demás o en tantos que dicen ser creyentes pero no practicantes, sin participar para nada en la vida de la Iglesia. ¡Con lo hermoso que es saberse parte de la familia cristiana, amar a los hermanos y preocuparse por ellos, sentirse parte de la Iglesia, la local y la universal! Y es que solo en el amor fraterno se escucha de verdad la voz del Señor: Alegraos, el Reino está cerca, venid y veréis, convertíos y creed en el Evangelio…
FELIZ DÍA A TODOS…