Santuario Nuestra Señora de los Milagros

COMIENZA EL TIEMPO DE CUARESMA…

Todo necesita de una preparación previa:hacia dónde

una boda, una salida al monte, a la playa, una reunión familiar, una charla, una comida.

Todo, normalmente, no se deja en la improvisación.
¿Y LA SEMANA SANTA?
Será lo que nosotros queremos que sea. Un río se cruza mejor en barca que a pie. La cima de un monte se conquista más fácilmente con cuerdas y botas que sin ellas. Las alturas se alcanzan con más prontitud con escaleras que sin estas.
¿Y LA SEMANA SANTA?
La viviremos muchísimo mejor, con más pasión, con sentido cristiano, con fervor y autenticidad si -PREVIAMENTE- nos hacemos a la idea de lo qué ocurrió en aquella primera Semana Santa del Año 33.
Comprendo y respeto a los que, sin creer, no bautizados y alejados de todo lo divino, la cuaresma sea inexistente. Más indigerible e incomprensible me resulta que, sean muchos que se dicen cristianos, los que vivan estos 40 días sin ton ni son y sean semanas sin «fu» ni «fa».
Mañana recibiremos la CENIZA. Algo tiene que cambiar en el mundo para que, este globo terráqueo, tenga un poco más de esperanza. Y, la CENIZA, nos recuerda que hay que convertirse de muchas cosas; que hay que mirar más hacia el cielo; que tenemos que mirarnos más como hermanos que como contrincantes y que, en la oración o en la caridad, podemos dar con dos inmensos manantiales para ser más fuertes y más como Dios manda.
Gran problema el de nuestro mundo: ¡Cuánto le cuesta inclinar la cabeza! ¡Cuánta soberbia en sus instituciones y gente que dice servir a su pueblo! ¡Cuánta tibieza, vacío, sin sentido, angustias, lágrimas y desnortado!
La CUARESMA hace que sintamos en primera línea lo que decimos creer. Quien vive de espaldas a ella le puede ocurrir lo mismo que a aquellos novios: no prepararon la boda, ni la comida ni el viaje de su matrimonio. Llegó la fecha señalada y todos….lo vivieron en un inmenso vacío.
¿HACIA DÓNDE VAMOS? ¡HACIA LA PASCUA!
¡MAÑANA ES MIÉRCOLES DE CENIZA! Lo malo es que, el mundo se empeña, en llenar nuestras cabezas no de oro, precisamente, sino de simple hojalata.