Un ramillete de flores campestres y silvestres
Hay en los campos, en los bosques y entre los peñascos en los montes, infinitas especies de flores, varias en colores y formas que, sin cuidado del hombre, nacen, crecen, explotan, se multiplican; y son la belleza, la hermosura, el ornato y el vestido de los prados, de los montes y de las campiñas. No hay una sola especie de éstas, por más pisada que sea de los hombres y animales, que no tenga un dote, una cualidad especial, además de las que son comunes a toda la raza vegetal.
De igual modo, hay virtudes que recibimos de Dios como autor de la naturaleza: son dadas, y crecen en nosotros sin gran cuidado nuestro, porque por un don natural tendemos a ellas por inclinación, voluntad y amor. Y éstas unas son intelectuales y otras morales. Sin la caridad no son virtudes perfectas, lo son según el orden natural. No obstante, transportadas a un terreno cultivado, y formadas bajo la impresión de la caridad, reciben un nuevo brillo. No pueden ser mejor significadas estas virtudes que por las flores campestres. Un ramillete de éstas, compuesto y entretejido por la mano de una hábil jardinera, rivaliza en belleza y perfumes con los que se forman de las cultivadas en los jardines. No porque las tengamos sin trabajo y cuidado nuestro son menos dignas de aprecio que las que adquirimos con grandes esfuerzos y trabajo. Una virtud que cuesta a uno muchas lágrimas, a otro se le ha dado de balde.
Dios, como autor del orden natural, comunicó a la que estaba destinada para ser su Madre todas la virtudes naturales en el más alto grado de perfección de que era capaz un alma racional: sabiduría, ciencia, prudencia, habilidad en el arte de su respectiva condición. Prudencia, justicia, fortaleza, templanza, con todas las virtudes adjuntas a éstas. Estas virtudes, dadas con gran perfección, recibieron con el cuidado, práctica y ejercicio, dirigidas por la caridad, un grado muy sublime de excelencia.
Recuérda en este día: ¿Qué tienes de bueno que no lo hayas recibido de Dios? Esa misma virtud que a ti nada te cuesta, y que a otros falta, cuídala bien, y seas por esto agradecido a quien te la dio. La virtud que nació contigo, y que ha crecido entre las peñas de mil vicios sin cuidado tuyo, no la desprecies; cultívala, transplántala al borde de las aguas de la gracia, elévala a un fin sobrenatural, y verás qué aspecto precioso toma.
Oración: Señora: Pongo hoy en tus manos todas las virtudes, todos los dones, todas las dotes que he recibido de Dios; y me comprometo a cuidar, cultivar y conservar estas flores. Recíbelas y preséntalas a tu Hijo. Gracias, Madre.