A lo largo de la historia, al laurel, se le ha conferido significación religiosa vinculada al triunfo.
La mitología griega lo consagró a Apolo, dios de la salud y la medicina.
Con laurel eran coronados los emperadores romanos y los vencedores en torneos y batallas.
Con palmas y ramos de laurel fue aclamado Jesucristo en su entrada en Jerusalén,
y para conmemorar este episodio el mundo cristiano ha instituido el Domingo de Ramos,
en que se bendicen palmas y laureles, olivos y ramas.
Y también, simbolizando el triunfo de María por su disponibilidad y obediencia,
sencillez y pobreza, apertura y bondad, queremos ofrendarle una pequeña rama de “laurel”.
Que Ella nos ayude a superarnos a nosotros mismos en aquello que merezca la pena.
Que seamos de aquellos intrépidos que, contra viento y marea,
saben y quieren esforzarse por ascender a las más altas cotas de la verdad y de la sinceridad, de amor y de justicia, de paz y de solidaridad.
Qué bien lo expresó el sabio: “el oro se hace viejo en la tierra pero el triunfo que no se malogra espera siempre en el cielo”.
Pentecostés
sea para nosotros una fuente del DON DE CIENCIA
que viene de Dios como la mejor y la más sensata.