Santuario Nuestra Señora de los Milagros

DOMINGO DE RAMOS…

Jesús sufrió la pasión como hombre, anclado en su fe y la fidelidad a la voluntad del Padre; sin dejar la humanidad, mejor dicho, más persona que nosotros, encaró el sufrimiento como Hijo, conforme a la imagen que Dios restaura en nosotros por su gracia. Por ello, triste hasta el punto de morir –¡Vaya expresión!–, pide que se haga la voluntad del Padre, mientas desearía que pasara de él el cáliz que le ha tocado. ¿Somos nosotros capaces de beber el cáliz? ¿No rehuimos? El cáliz de la última cena, aceptado por todos entonces, ¿lo veremos en el momento de la pasión de nuestra vida? ¿Cómo entendemos a diario en las eucaristías la expresión: “Tomad y bebed… este es el cáliz de mi sangre…”? Recordemos la pasión y todo lo que encierra; imitemos a Cristo, sufriendo fiel y valiente, afrontando con la misma fidelidad, entereza y ánimo las contrariedades de la vida y los esfuerzo que nos impone la caridad cristiana para con nuestros prójimos más cercanos, nuestra familia, compañeros de trabajo, vecinos, amigos y cada cual los suyos. Sí, bebamos el cáliz, en esperar nada a cambio. “Mi cáliz lo beberéis, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda…”, había dicho Jesús.

Pedro presumía de beberlo llegado el caso; “yo jamás caeré”, alardeaba. Cayó rendido de sueño en el huerto y negó antes del tercer canto del gallo. ¿Y nosotros? ¿Cuántas veces? ¿Cómo le negamos? ¿Cuándo caímos dormidos? Seguramente menos a las claras que Pedro y con tanta o más contundencia. Pregúntatelo. No hace falta un “no conozco a ese hombre” para negarle. ¿O no hay formas más eficaces y menos inculpatorias de actuar como si no le conociéramos?

Cristo sabía que no podía confiar en el testimonio de los suyos. Ante las autoridades callaba salvo si le preguntaban por su identidad. Si le preguntan directamente lo afirma: “Tú lo has dicho”, al sumo sacerdote; “Tú lo dices”, a Pilatos. Pidamos a Dios la misma asertividad en nuestra fe, proclamando de palabra y -ojalá- de obra nuestra fe. Por tanto, no nos lavemos las manos a la hora de defender la verdad; no la nuestra, sino la Verdad. Judas quiso defender su verdad, el mesianismo cabal según sus entendederas, traicionó a la Verdad. No exijas un Cristo a tu medida; acomódate tú a Cristo.

Muerto ya, los primeros en confesar a Cristo son los romanos, el centurión y sus hombres: “verdaderamente este era hijo de Dios”. Y las mujeres que le habían seguido “para servirlo” se mantuvieron allí. ¿Cómo lo vivirían, me pregunto? Ellas no le negaron; al contrario, le siguieron en el camino de la cruz. ¡Qué ejemplo! Sin abrir la boca, en segundo plano, se mantuvieron fieles en el Calvario. Incluso se quedaron “sentadas enfrente del sepulcro”.

Releamos en nuestras meditaciones de esta semana, hasta el viernes inclusive, la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Escudriñemos los detalles, revivamos las vivencias de los personajes, acompañemos a Cristo como las mujeres, atentos a todo lo que sucede, fieles al Señor en su via crucis, expectantes ante lo que pueda deparar la entrega del Siervo injustamente condenado; en un silencio atento, concentrado en la pasión de Cristo, modelo de tantas pasiones propias y ajenas.