En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Domingo XV Ordinario, ciclo B.
Evangelio según San Marcos 6, 7-13 En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor
Reflexión. El evangelio de hoy es uno de esos textos bien conocidos: Jesús llama a los doce y los envía a predicar de dos en dos. Ellos, nos dice el texto, salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Un texto breve que recoge, sin embargo, todo lo que significa la vida de un discípulo: llamado y enviado, con una misión concreta y desde una experiencia muy determinada. Parémonos a ver en detalle lo que esto significa, al hilo de las lecturas de este domingo, que nos dibujan un perfil muy claro de lo que es la vida del discípulo.
Volvamos nuestra mirada en primer lugar al profeta Amós, que en la primera de las lecturas se presenta como antecedente de lo que significa ser elegido y enviado por Dios para una misión: es un hombre corriente: “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos”; elegido por Dios para vivir de otra manera: “el Señor me sacó de junto al rebaño”; al que se le encomienda una misión: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”. El profeta se nos presenta siempre como alguien que ha tenido una experiencia de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor. La vocación profética es “irresistible”: “Habla el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am 3,8), es una pasión que nace de la escucha de la Palabra y el encuentro con Dios, de la experiencia misma de haberse sentido mirado, llamado por su nombre, reconocido por la mirada de un Dios que quiere comunicarse al género humano a través de palabras humanas, de sus elegidos. Dios tiene la iniciativa y sale al encuentro del hombre para darle una misión que le configura. Es más que una tarea, es una nueva identidad que afecta a toda la persona del profeta.
Es muy interesante contemplar la actitud del discípulo de la segunda lectura: “ recapitular todas las cosas en Cristo”… porque nos está mostrando cuál es la experiencia que está en la raíz vital de quien acepta un envío como el del evangelio: es alguien que se vive a sí mismo como bendecido, elegido, hijo del Padre, lleno de gracia, sabio en la sabiduría de Dios. Sólo hombres y mujeres que viven una experiencia así, tan densa, tan transformadora, tan gozosa, pueden, como el profeta, afrontar una misión que les coloca radicalmente enfrente de los modelos al uso en la sociedad que les toca vivir. Sólo una pasión que nace de esta experiencia nos puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural mensaje del evangelio. Cuando la pasión del encuentro transformador con Jesús se apaga, la misión languidece, o se convierte en una simple tarea.
Jesús, como nos dice el evangelio, llama a los doce, toma la iniciativa y al tiempo nos regala la libertad de sabernos “sacados de junto al rebaño”, de la simple cotidianeidad de las cosas, como el profeta, y nos envía. Esta experiencia doble de llamada y envío es fundamental para el discípulo, porque revela que nuestra misión es eclesial, no un asunto privado, y por ello la vivimos en comunión, “de dos en dos”, en comunidad, junto con otros, sabiéndonos copartícipes de la misión de todos los discípulos. El texto nos subraya algunos elementos de la misión que nos resultan muy significativos en este momento de la Iglesia: salir al camino, sin alforjas, sin dinero, pero con sandalias y cayado, para poder resistir el desgaste del camino: Iglesia en salida, en camino, pobre, desinstalada, libre de ataduras, en definitiva, para poder servir al evangelio. Itinerantes, porque hay en el enviado una pasión, una ineludible necesidad de ir siempre más allá, al encuentro de quienes viven en la oscuridad, porque la luz siempre es expansiva, difícil de encerrar, de frenar en su vocación de iluminar. Conscientes de que no siempre seremos bien recibidos.
Anunciamos así, con palabras y gestos de gracia y liberación el plan de Dios para sus hijos: que tengan vida y vida en abundancia. La verdad experimentada, rumiada, saboreada, se hace más fuerte que nosotros mismos y no podemos callarla.
Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaria, Gloria.