Hemos finalizado los domingos del discurso del Pan de la Vida:
pan sabroso, pan vivo, pan del cielo, pan que alimenta, pan que fortalece y…..vemos que no hay nada como el PAN DE DIOS. Otra cosa, por supuesto, es como sea nuestra disposición interna para recibirlo. La pureza de Dios, en su pan sagrado, ha de encontrar además de manos limpias y paladar fino unas entrañas más limpias que una patena del altar. (Javier Leoz)
- Las formas, aun siendo importantes, no son esenciales. O, por lo menos, no nos hemos de quedar en las formas.
En cuántas ocasiones, la apariencia de una fina arena, esconde caverna peligrosa. O, en cuantos momentos, una botella que en su etiqueta dice ser buen licor, se convierte en un amargo veneno. ¿Las formas? Sí, por supuesto, siempre y cuando lejos de engañar, sean y tengan por dentro lo que dicen. Abundaban los fariseos entonces y, tal vez, sigan existiendo en medio de nosotros. Pero no es menos cierto que tan malos son los fariseos que no se dan cuenta de su propia realidad como, aquellos otros, que apuntan a los demás y ellos lo son por goleada: no mueven un dedo por nada ni por nadie. Eso si; siempre es más cómodo apuntar al humo que al incendio de mi propia casa.
Jesús quiere poner en el centro de todo al Dios puro y verdadero. Todo aquello que distorsiona esa voluntad, que impide llegar hasta el amor de Dios, no tiene vigencia o deja de tener sentido. La ley de Dios, la suprema, es el amor. ¿Qué ocurría entonces? Ni más ni menos que, el conjunto de normas que indicaban cómo llegar hasta el amor de Dios se habían convertido en objeto de adoración, en el centro de toda reverencia. Hasta tal punto que, ellas y sólo ellas, eran causa de salvación o de condenación.
2 ¿Cuál es el gozo de Dios? Que le amemos desde la libertad y no por obligación. A un padre no se le aprecia porque un papel me dice que soy su hijo, sino porque previamente he sentido su cuidado, su palabra, su protección o su corrección fraterna.
Con el amor de Dios pasa tres cuartos de lo mismo: es un amor gratuito, un don que se nos da. ¿Qué ofrecer nosotros a cambio? ¿Un te quiero porque me das? ¡Por supuesto que no! ¡Un te quiero, Dios, porque eres mi Padre y sé que me amas!
Eso, en definitiva, es lo que nos adelantó Jesús con su Palabra y su misma vida. Amar a Dios es cumplir sus mandamientos. Pero, cumplimos sus mandamientos porque sabemos que no solamente agradamos a Dios al hacerlo, sino porque al cumplirlos con libertad y sin excesivas fijaciones o distorsiones, damos con la fuente de la felicidad, de la paz y del amor que Dios nos tiene.
Cumplir por cumplir, no es bueno. Tampoco irnos al polo opuesto. Pidamos al Señor, a Jesús, que nos ayude a poner en el centro de todo lo que somos y pensamos a un Dios que camina junto a nosotros. Un Dios que, en sus justas leyes, nos anima a no olvidarle y a marcarnos un sendero por el cual podamos llegar hasta El. ¿Lo intentamos?