“Misioneros de la misericordia”.
Así reza el lema del Domund 2015 que, celebramos hoy y que, entre otras cosas, es adelanto de la inauguración de Jubileo del Año de la Misericordia que se abrirá en Roma el 8 de diciembre del presente año y, en multitud de puertas santas, a lo largo y ancho del mundo católico.
El Evangelio nos presenta la osadía y el atrevimiento de los hijos del Zebedeo: ¡querían los primeros puestos! Y no menos certera y a punto la respuesta del Cristo: “Eso a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra mano o a nuestra vida, con licor dulce y sorbido abundantes veces). El cáliz del Señor es, tal como el Domund nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de la entrega incondicional. ¿A quién? A los más necesitados. ¿Por qué? Porque llevamos el ardor de Cristo dentro. ¿Para qué? Para identificarnos más con Jesús y porque, en ese corazón gigantesco que se da, es donde sellamos y purificamos nuestro carnet de cristianos. Imposible pretender primeros puestos en la Casa del Padre si, en la tierra, no buscamos a los más necesitados… Ellos, sí, ellos… nuestros misioneros y misioneras… tienen mucho terreno adelantado en este aspecto. Recordemos la famosa frase: no salva el poder sino el servir.
Siempre, pero sobretodo hoy en día, en este siglo XXI de “progreso”… el vivir como cristianos y seguidores de Cristo, el Señor, nos abre las puertas a más de un disgusto. Es, en estos momentos, cuando no debemos olvidar que los más cercanos al Señor no se echaron atrás… Posiblemente sintieron como tantos misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y sacerdotes sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los ojos de Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. ¡Cuánto cuesta esto! ¡Cuánto cuesta rebajarse en la tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados en el cielo! Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente predicarlo y otra muy distinta vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos lleva a Dios.
Al celebrar, en este día, la Jornada del Domund caemos en la cuenta de que, la Palabra del Señor, necesita voceros humanos, altavoces de la misericordia. Pero, sobre todo, reflexionamos sobre un hecho del todo importante: la misericordia de Dios no conoce límites. Por ello mismo no es de extrañar que, donde los gobiernos no llegan por mil y una razones, siempre un misionero es noticia por su constancia, presencia y entrega apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo en sus entrañas. Esta jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a ser misioneros. A estimar con nuestra oración sincera y nuestra limosna generosa, la acción evangelizadora que en nombre de Cristo desarrollan nuestros hermanos y hermanas misioneros… GRACIAS.
FELIZ DOMINGO A TODOS… y SED GENEROSOS EN ORACIÓN Y EN COLABORACIÓN ECONÓMICA…