Jesús cogió la mano de la suegra de Simón y la curó.
Más tarde, quizá enterados de lo sucedido, fue una multitud de enfermos los que se agolparon a la puerta de la casa donde estaba hospedado Jesús. Todos esperaban ser curados. Todos vieron confirmadas sus esperanzas. Y el demonio del mal les abandonaba para siempre. La gente estaba desesperada pero por fin habían encontrado a alguien que los liberaba del mal.
El mismo Jesús tiene conciencia de que esa liberación del mal es parte fundamental de su misión.
Quiere llegar a todos. “Vámonos a otra parte, que para eso he venido”.
Hoy somos nosotros esa presencia salvadora de Dios en el mundo. Ha puesto en nuestras manos la misión de dar esperanza y vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que viven agobiados por el dolor, la pobreza o la injusticia.
Hoy los cristianos tenemos que decir con Pablo (segunda lectura): “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”
FELIZ DOMINGO A TODOS…