Abrir las fronteras, abrir los corazones,
y no despreciar a nadie por ser diferente
es la gran lección del evangelio de este domingo.
Ante Dios no hay nadie diferente.
Todos estamos necesitados de salvación, de perdón, de reconciliación. Todos somos hijos e hijas.
Y Dios nos sienta a su mesa, como hijos que somos, porque en ella hay sitio para todos.
Reconocer a las personas que, cerca de nosotros y de muchas maneras diferentes, gritan como la cananea: “Ten compasión de mí”, acogerlas y sentir con ellas, compartiendo lo que somos y tenemos, es nuestra misión como discípulos de Jesús.
Así vamos preparando ya ahora el gran banquete del Reino al que Dios ha invitado a toda la humanidad.
FELIZ DÍA A TODOS…