El Evangelio de hoy nos cuestiona sobre este tema: la fidelidad. Y lo hace con dos ejemplos prácticos proponiendo la actitud de esos dos hermanos:
La primera viene dada por la rebeldía pero, a la hora de la verdad, acepta la voluntad de Dios. Este hijo quiere afirmar su identidad; y es que Dios Padre quiere una respuesta libre, el hijo y el creyente tienen derecho a decir no a Dios, tienen posibilidad de elegir. Por decirlo de otra forma, no se alaba el rechazo al Padre, sino el proceso del hijo. Dios sabe esperar al hombre, le deja tiempo para que tome sus decisiones, no se escandaliza por la debilidad humana, ni por el pecado o la rebeldía. Dios busca una opción de fe: libre, sentida y firme.
La segunda conducta supone una actitud conformista, no asumida, de fidelidades sin raíz. Esta actitud conduce al fracaso del proyecto humano. Es fácilmente reconocible: se dice: “Voy, Señor” pero, a la hora de la verdad, no van. Eso sí: se habla de obediencia, de cumplimiento, de lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer… pero las apariencias pesan tanto que no son capaces de mostrarse tal como son. Se puede decir de otra forma: se confunde obediencia (escucha atenta para llevar a cabo un descernimiento eficaz y fiel) con sometimiento o apariencia que no tienen raíz y se secan a la primera de cambio. Por eso, es muy necesario descubrir si detrás, en el fondo, bajando a la raíz… hay algo más que vacío.
En resumen: no confundamos la aceptación de la fe y el seguir a Cristo, el Señor, con la mediocridad. La prepotencia no es cosa de Dios, por el contrario, Dios Trinidad, busca en nosotros hombres libres que vivan el proceso de: reflexión- conciencia interior- opción libre-compromiso. Ojalá que no rebajemos nuestra tensión interior para que nuestro “sí” al Evangelio nazca de la libertad y responsabilidad. Dios prefiere el largo camino, saturado de libertad y de fracasos, al camino corto de los que dicen sí a todo pero no se comprometen en serio con nada.
FELIZ DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR, DE LA FAMILIA CRISTIANA