En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Miércoles XXX tiempo Ordinario ciclo A. Todos los Santos
Evangelio según Mateo 5, 1-12a En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
Palabra del Señor
Reflexión Los santos no son como las “estrellas” del deporte, la canción o el cine. Coinciden en que suscitan admiración. Pero se diferencian, y mucho, en el modo en el que nos remiten a la realidad y a la verdad sobre uno mismo. Las estrellas nos abren un mundo de fantasía y dan una medida irreal sobre uno mismo. Los santos nos ayudan a mirar la realidad de frente, a no huir del sufrimiento cuando se presenta en nuestra vida, a saber mirar al cielo teniendo los pies sobre la tierra.
Encontrarse con las santas y santos de Dios nos ayuda a descubrir dónde se encuentra el auténtico centro de la existencia humana. Ellos abrieron su vida a lo que de verdad cuenta y llena de plenitud al ser humano. No es el impresionar a los demás sino la compasión que levanta puentes hacia los otros. No es el vivir pendiente de la imagen sino saber desgastarse entregando lo que uno es por y en el amor. La plenitud de la vida humana se encuentra en la fidelidad a uno mismo, en la armonía con las personas que vamos encontrando en la vida, en percibir que la vida de uno es de utilidad para otras personas.
El impulso y el sostén para lograr estas tres se encuentra en Dios, en su gracia. Él nos ayuda a aceptarnos como somos, a reconciliarnos con los otros, a ser generosos en nuestra vida. Los santos hicieron de Dios el eje de su existencia y el centro de su persona. Y nos avisan que quien se centra en Dios podrá caminar con firmeza por las sendas de la vida.
Los santos no huyeron del sufrimiento y las contrariedades de la vida; proyectaron sobre ellas la fuerza de un amor que tiene su origen en Dios. De san Vicente de Paúl aprendemos a “dejar a Dios en la oración para servir a Dios en el prójimo”. Los santos nos enseñan que el cuidado del prójimo es camino de plenitud. De San Francisco de Asís se cuenta que besaba a los leprosos. Los santos nos enseñan a mirar el sufrimiento de frente. De San Ignacio de Loyola se recuerda que siempre hay que luchar por Cristo. Santa Teresa de Calcuta, el amor a Jesús eucaristía y a los descartados de la vida. Los Santos nos ayudan a vivir para Dios y para los hermanos.
Si las estrellas solamente llaman nuestra atención en los momentos de distracción no hay que preocuparse demasiado. Pero puede ser un problema si ocupan nuestra vida más allá de los ratos de entretenimiento. Siempre podremos recordar a los santos que nos señalan el camino de la realidad. Y procuran que no huyamos de ella sino que sabiendo mirar al cielo podamos permanecer con los pies en la tierra.
Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.