En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Martes XVIII Ordinario año par
Transfiguración del Señor La transfiguración es ese momento de la vida de Cristo en que la gloria y eternidad inciden en el tiempo y el mundo, permitiéndonos adivinar la identidad de Cristo, a la vez que adivinar lo que es nuestro destino.
Evangelio según San Marcos 9, 2-10: En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les parecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús:
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedo grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
Reflexión. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan introducirse de lleno en el camino y en la verdadera misión de Jesús y en su identidad más profunda. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que el Padre le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que el Padre estará siempre con él, como lo ha estado desde toda la eternidad.
La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia humana y filial, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte.
Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido humanamente contemplar en esa pertenencia exclusiva a su eterno Padre. El Padre le muestra el, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato: «escuchadlo», pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a su gloria, a una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía.
El Padre sigue invitándonos hoy a la escucha de su Hijo, de Cristo, el Señor; en la escucha podemos encontrar nitidez en el diálogo con el Padre y con el Hijo. El diálogo no sólo son preguntas que lanzamos a Dios, también hay respuestas que nos orientan hacia la fe: ESTE ES MI HIJO, ESCUCHADLO.
Jesús nos invita a su intimidad, a la participación de su vida. Nos enseña la gloria, se pone en la línea de Abrahán, padre de nuestra fe, y el Profeta Elías. No obstante, aunque nos indique el camino de la gloria, nos vuelve a la realidad humana. La experiencia de Pasión, de cruz y muerte ha de vivirse con entrega, desde el servicio y la donación total. Es el amor lo que nos conducirá a un camino de confianza en Dios. No es un amor que nos ciega, es un amor que nos ayuda a reflexionar por el sentido de la vida.
Hemos de estar atentos a los matices que las lecturas de hoy nos sugieren. Quizás pensemos que la vida de fe es el camino donde Dios nos lo da todo, sin más contemplaciones, porque creamos que lo merecemos. Pero, ¿y cuál es mi sacrificio? ¿Cuál es mi entrega y mi servicio? ¿Qué profundidad tiene nuestro amor a Dios y los hermanos?
En nuestra oración podemos quedarnos prendados de un cierto bienestar que nos produce la compañía de Jesucristo quizás podamos estar tentados en construir como Pedro tres chozas, para evadirnos de la realidad. La vida hay que vivirla confiados en El, pero los trazos con que es dibujada son distintos, hay que vivirlos tal cual, llenos de la confianza en Dios.
Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.