En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Sábado XVIII Ordinario año par
San Lorenzo Fue uno de los siete diáconos regionarios de Roma encargado de administrar los bienes de la Iglesia y el cuidado de los pobres. Fue martirizado durante la persecución de Valeriano, muriendo en el fuego el 10 de agosto del 258.
Evangelio según San Juan 12, 24-26: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiere servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará».
Palabra del Señor
Reflexión. La celebración de este día nos invita a considerar la vida de San Lorenzo y especialmente dos acontecimientos con los que mostró su amor incondicional al Señor.
El primero sucedió en la persecución del Emperador Valeriano, siendo Lorenzo uno de los diáconos de la Iglesia en Roma, encargado de atender a las necesidades de los pobres. Resultó que el Prefecto o Alcalde de la ciudad exigió a Lorenzo los bienes de la Iglesia que él administraba. Pidió un breve plazo para reunirlos, al cabo del cual comunicó al Alcalde que ya podía ir a recoger los bienes, estando él, Lorenzo, rodeado de pobres, enfermos y lisiados a quienes atendía. Al llegar, Lorenzo le dijo, con las manos vacías: “Aquí tienes lo que pediste. Ésta es la auténtica riqueza de la Iglesia”. El resultado fue su condena a muerte.
El segundo, más conocido, tuvo lugar en su martirio. Después de un rato, quemándose sobre la parrilla en la que le tendieron, dijo Lorenzo al Juez: “Ya estoy asado de este lado, volvedme hacia el otro para poder quedar asado del todo”. Y así se hizo. Cuando esto se completó, exclamó: “La carne ya está preparada; pueden comer”. Y así murió, pidiendo por la conversión de Roma y la extensión del Reino de Jesucristo.
Honradez y entrega, compasión por los pobre y amor apasionado a Jesucristo son los adornos de San Lorenzo. Ya habíamos oído a Jesús hablarnos de los frutos, comparándolos con los bellos sarmientos que sólo sirven, si es que sirven, para adornar. Hoy da un paso más, indicándonos cómo dar fruto. Al final, hay que llegar a la entrega; y no a la entrega de cosas, de limosnas y dineros, sino a la entrega de la vida, a la de uno mismo. Si todavía alguien no lo entiende, que le mire a él: hay que seguirle a él en el servicio a los demás. Nos dice que sólo así daremos fruto: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto”. Compara la vida con el grano; y la auténtica honradez –nos viene a decir- no consiste en guardar por encima de todo la vida, sino en llegar a emplearla y gastarla por los demás, hasta que, como a él, al final ya no nos quede más vida terrena.
Esto que pudiera parecer que es perder la vida, es todo lo contrario: es la forma de ganarla y garantizar la otra, la eterna. “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”.
Esto es lo que hizo San Lorenzo y lo que, proporcionalmente, debemos que hacer nosotros. Y hacerlo, sin ser masoquistas, amando la vida, aunque aborreciendo el mal. Y dando gracias a Dios por apostar por nosotros y admitirnos entre sus seguidores, sintiéndonos liberados e intentando, como San Lorenzo, liberar y humanizar a los demás.
San Lorenzo es admirable. ¿Le ves imitable también?
¿No crees que su transparencia, entrega y honradez, sobre todo su amor sin reservas al Señor Jesucristo nos sirven hoy de ejemplo?
Dios te bendice oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.