En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jueves XIX Ordinario año par
Solemnidad Asunción Virgen María
Evangelio según San Lucas 1, 39-56 : En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” – como lo había prometido a “nuestros padres” – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.
Palabra del Señor
Reflexión La escena del evangelio de este día es todo un programa de vida, del que María constituye su ejemplo más patente. Si ella alcanzó la glorificación junto a su Hijo, es porque vivió en entrega total, tal como refleja Lucas en este texto.
María, que acaba de concebir al Salvador, se apresura a visitar a su prima Isabel (el ángel le había hablado de su avanzada gestación) para ayudarla y, al mismo tiempo, compartir con ella la novedad insólita que se ha hecho realidad en ellas. La Buena Noticia que nos ha sido predicada es la que nos impulsa a compartirla con los demás; también nosotros hemos sido enviados para hablarles y actuar en favor suyo.
Isabel bendice proféticamente a María, proclamándola dichosa porque ha creído. La visita que Dios ha hecho a su pueblo para redimirlo (como nos recuerda el cántico de Zacarías) suscita en nosotros el reconocimiento por la obra de la salvación, y nos muestra el valor de la fe, que, siendo también un don de Dios, nos hace posible esa salvación.
Finalmente, la Virgen María proclama con júbilo la misericordia que Dios ha desplegado en beneficio de toda la humanidad a través de ella misma, a pesar de su pequeñez. Se han cumplido así, de manera insospechada, las promesas divinas en favor de los más pobres y humillados. Proclamar la misericordia de Dios nos invita a comportarnos también nosotros así, especialmente con los menos favorecidos. Saber que cumple sus promesas nos revela el valor de la fidelidad. Y reconocernos instrumento de su proyecto de salvación nos hace ser humildes y motiva nuestro júbilo, a la espera del definitivo regalo de la vida eterna, para alabar con María la grandeza de su bondad. Ella, atraída por su Hijo al cielo, en el momento de expirar para este mundo, sin que su cuerpo experimente la destrucción, recibe de su Hijo la vida plena de la resurrección. Así ahora se ocupa, unida a su Hijo, de todos nosotros.
Dios te bendice Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.