BEATAS SOR MARÍA ANA Y SOR ODILA
HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL
Ocho días después de su arresto, el 28 de Enero, Sor María Ana y Sor Odile comparecen ante su juez, el comisario Vacheron y su ayudante Bremaud. El interrogatorio quedó registrado de la siguiente manera:
“María Ana Vaillot, de sesenta años de edad, natural de Fontenebleau, Hija de la Caridad del Hospital de San Juan de Angers, donde residía y donde fue arrestada el domingo hace ocho días por unos ciudadanos, ha dicho que el motivo de su arresto fue el no haber prestado el juramento y no querer prestarlo. No teme nada de lo que puedan hacerle, en sus respuestas se reconoce fácilmente que es una fanática y rebelde a las leyes de su país, no ha oído nunca la Misa de un sacerdote juramentado “.
“Odilia Baumgarten, de cuarenta y tres años de edad, natural de Gondesconge en Lorena, Hija de la Caridad del Hospital de San Juan de Angers, donde residía y donde fue arrestada el domingo hace ocho días por unos ciudadanos, ha dicho que el motivo de su arresto fue el no haber prestado el juramento, no quiere prestarlo, no teme nada de lo que puedan hacerle, en sus respuestas se reconoce fácilmente que es una fanática rebelde a las leyes de su país”.
Estos interrogatorios, los números 32 y 33, van acompañados de una cruz y una T. ¡Serían fusiladas! Nuestras Hermanas fueron ejecutadas como los pobres, la guillotina era para la gente acomodada. Prefirieron morir antes que hacer algo en contra de su conciencia.
Estas sencillas “actas martiriales” constituyen un testimonio de la verdad de sus vidas, de la verdad de su fe. El martirio es el supremo testimonio, que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo al cual está unido. Soporta la muerte por la fortaleza que Dios le da. “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rom. 8, 28) en palabras de Santa Luisa: “Si amásemos como debemos la santa voluntad de Dios nada nos afligiría porque bien sabemos que nos ama y quiere nuestro bien en todo” (C. 433). También Santa Luisa había escrito:
“Las siervas de Dios no deben temer nada con tal de que le sean fieles”. (C. 260)
Amaneció el sábado 1 de febrero. En este día, pero de 1640, Santa Luisa de Marillac había firmado el convenio oficial de fundación de la comunidad que prestaría sus servicios en el Hospital de San Juan en Angers.
El comisario de la prisión se presentó con una lista en la mano, empezó a llamar a las víctimas. Nuestras Hermanas y el resto de los condenados iniciaron la marcha hacia el lugar de la ejecución.
Sor Odilia mostró miedo al salir de la prisión, apoyándose en el brazo de Sor María Ana se sintió fortalecida por la firmeza de su Hermana.
Los condenados avanzaban los 3 kilómetros hasta el lugar de la ejecución cantando cánticos y salmos. Las Hermanas se animaban y fortalecían mutuamente y animaban y fortalecían también a los que con ellas iban a morir por la fe. Este largo recorrido fue una confirmación de su valor y de su confianza puesta en Dios.
El rosario acompañó a Sor Odilia. Al caer éste al suelo intenta ser recogido por la Hermana, que recibió un violento golpe que le destrozó la mano. Una valerosa mujer lo pudo rescatar como una preciosa reliquia.
La pequeña explanada recibió al grupo con fosas abiertas el día anterior. Para llegar al lugar destinado a las nuevas víctimas había que pasar por las tumbas dejadas por 6 ejecuciones anteriores.
En ese momento, ya tan próximo a su martirio, Sor María Ana entonó con voz firme las letanías de la Santísima Virgen: Esta piadosa escena hizo salir de los labios de un furioso revolucionario: “Duele ver morir a mujeres como éstas”.
El numeroso grupo se alineó a lo largo de las fosas. Al ser reconocidas por los que con ellas sufrirían el martirio se elevó un clamor, pedían gracia para las Hermanas.
¡Cómo debió ser su servicio en el Hospital que provocó esta reacción llena de admiración y cariño hacia ellas! Santa Luisa, en su carta del 28 de noviembre, 1657 había expresado: “Las Hermanas de Angers han recibido una bendición especial de Dios para servir a los pobres enfermos”. (C. 613)
El hombre responsable de la ejecución se siente impulsado a salvar a las Hermanas.
–Ustedes han prestado servicio a la humanidad. ¿Quieren dejar de hacer las buenas obras que siempre han hecho? No hagan el juramento y yo me comprometo a decir que lo han hecho.
Sor María Ana se encargó de dar la respuesta:
–No solamente no queremos hacer el juramento, ni siquiera queremos que se crea que lo hemos hecho.
Se dio la orden de disparar.
Los grupos se sucedían ante el pelotón de ejecución. Los cuerpos caían en las fosas, otros agonizaban al borde de ellas.
Sor María Ana no cayó a la primera descarga, como lo había predicho a su compañera, únicamente se rompió el brazo. Pudo entonces sostener a Sor Odilia, inanimada y sangrando, mientras llegaba su hora.
San Vicente había expresado que sucederían cosas como éstas: “Hay entre ustedes, mis queridas Hermanas, lo sé muy bien, algunas que, por la gracia de Dios, aman tanto su vocación que se harían crucificar, desgarrar y cortar en mil pedazos antes que sufrir algo en contra de ella”(IX-1, 417).
¿Qué nos dicen con su vida y su muerte Sor María Ana y Sor Odilia?
Con su muerte ellas expresaron cómo era su vida. Lo atestiguado con su sangre lo venían atestiguando con su fe y su acción. Al morir proclaman a quién habían servido durante la vida.
Nos dicen algo muy sencillo: que ser cristiano es seguir a Jesús y seguir a Jesús es acompañarlo cargando su cruz diariamente.
Nos hacen ver que Dios:
- nos invita a vivir nuevas en renovación diaria: “Ustedes pueden, hoy, oír su voz: no se resistan en sus corazones” (Sal. 94,8).
- nos invita a vivir con coherencia personal hasta en los detalles menores: “porque has sido fiel en lo pequeño yo te voy a poner al frente de grandes responsabilidades” (Mt. 25,23).
- nos invita a vivir preocupados por ser verdaderos ante Dios, no por buscar la gloria, ni por aparentar ante los hombres: “El que cumpla estos preceptos mínimos y los enseñe así a los hombres será el más grande en el Reino “(Mt. 5,19).
La vida nos reclama realismo cotidiano en la realización de nuestras aspiraciones y responsabilidades. El sentido y él destino de nuestras vidas nos los jugamos diariamente.
Nuestras Hermanas nos llaman a vivir radicalmente la fidelidad que lleva a superar muchas “prudencias”. Fidelidad que va por encima de la vida personal.
Nos enseñan la importancia del “lugar” desde donde dieron su respuesta. Habían servido a Cristo en los Pobres al modo como San Vicente lo captó de su modelo Jesús. Su vida estaba en el mundo de los pobres, es decir, en la realidad de miseria, opresión y exclusión que sufren los pobres. Desde allí sintieron y palparon el mensaje de Dios y dieron su respuesta. El lugar más apropiado para darla, como lo fue en la práctica de Jesús, fue el mundo de los pobres.
Estas mujeres nuevas nos ofrecen rasgos que son lecciones de vida:
- A la luz de la fe miran la realidad, no se dejan engañar por las apariencias ni por las promesas, caminan con los pies en el suelo, con el oído atento, con los ojos abiertos.
- Se abren al misterio de Dios que es Vida y amor.
- Son pobres, son libres.
- Acogen, comparten, sirven.
- Viven la fraternidad.
- Abrazan la cruz salvadora.
- No huyen de la renuncia que el Reino exige.
- Mantienen la coherencia de los testigos fieles.
El 19 de febrero de 1984 Juan Pablo II beatificó a Sor María Ana y a Sor Odilia, junto con otros 97 compañeros, que dieron su vida en fidelidad a Cristo y a la Iglesia.
Leamos el siguiente texto de la Carta a los Hebreos como un llamado que nos hacen nuestras Hermanas por el testimonio de su vida: “Innumerables son estos testigos, y como nube nos envuelven. Dejemos pues, toda carga inútil y en especial las amarras del pecado, para correr con perseverancia en la prueba que nos espera. Levantemos la mirada hacia Jesús, el que motiva nuestra fe y la lleva a la perfección. El se fijó en la felicidad que le estaba reservada, y por ella no hizo caso de la vergüenza de la cruz, sino que fue a padecer en ella, y en adelante ‘está sentado a la derecha del trono de Dios’. Piensen en Jesús que sufrió tantas contradicciones de parte de la gente mala, y no se cansarán ni se desalentarán. Ustedes están enfrentados al mal, pero todavía no han tenido que resistir hasta la sangre. ” (Heb.12, 1-4)