Santuario Nuestra Señora de los Milagros

HOY RECORDAMOS…

Hoy, 18 de julio, los miembros de la gran familia llamada «vicenciana»: Voluntarias de la Caridad, Misioneros Paúles, Hijas de la Caridad, Asociación de la Medalla Milagrosa, Conferencias de san Vicente de Paúl, Juventudes Marianas Vicencianas, Misioneros Seglares Vicencianos… y un largo etc, etc, etc… de congregaciones, movimientos… inspirados en san Vicente de Paúl, volvemos nuestra mirada a la CAPILLA DE LAS APARICIONES de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad en la Rue du Bac, de París. 

En dicho lugar, esta noche del año 1830, santa Catalina Laboure tuvo el primer encuentro con la Santísima Virgen María. Este es el relato que ella misma relató: 

En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre:

 
 

– Hermana, Hermana.

Despertándome, miré hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me dice:

– Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen.

Inmediatamente me asaltó la idea:

– Me van a oír.

El niño me respondió:

– Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.

Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera de mi cama. El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban prendidas en todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando vi todos los cirios y antorchas encendidos, lo que me recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.

El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del Padre Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice:

–  ¡He aquí a la Santísima Virgen, aquí está!.

Escucho un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a detenerse sobre las gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que no tenía el mismo aspecto que el de Santa Ana.

Yo dudaba si sería la Santísima Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la Santísima Virgen! Me sería imposible expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la Santísima Virgen.

Entonces el niño me habló no como un niño sino como un hombre, con voz muy enérgica. Mirando entonces a la Santísima Virgen, no hice más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la Santísima Virgen.

Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo:

¡Hija mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas. Te sentirás inspirada durante tu oración.

La Santísima Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir. Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y desahogar mi corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.

– Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado por desgracias de toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid al pie de esta altar: ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en particular, a la que amo mucho… Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la Santísima Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París tendrá sus víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La cruz será despreciada, correrá la sangre en la calle (aquí la Santísima Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo el mundo estará triste.

(todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).

Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.

No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado.

Me levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo:

– ¡Se ha ido!

Volvimos por el mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se había vuelto visible para hacerme ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este favor.

Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos de cuatro a cinco años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más.