Se podrían hacer muchas consideraciones en este día de Jueves Santo, pero nos vamos a detener en tres:
a. El lavatorio (servicio)
“Jesús se levanta de la cena y se pone a lavarles los pies a los discípulos”. La vida entera de Jesús está resumida en este gesto: sus palabras, sus milagros, su amistad con los pecadores, su llamada a la conversión, su defensa de la verdadera vida humana, su simplicidad, su humildad, su muerte, toda su vida es vida de comunión con los hombres, de servicio. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Esta narración no forma parte, dicen los entendidos, de la primitiva catequesis cristiana, seguramente, dice, Papini, porque los primeros evangelistas temían escandalizar con ella a los neófitos. Solo una madre o un esclavo hubiera podido hacer lo que Jesús hizo aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más. El esclavo lo haría por obediencia. Ningún judío estaba obligado a lavar los pies a sus amos, para mostrar de esta forma que ningún judío era esclavo.
¿Qué sentido, pues, puede tener este gesto de Jesús?. Quizás sea como un resumen y un símbolo de la vida de aquel que vino a servir y amar. San Pablo lo expresará al decir: Cristo, a pesar, de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomo la condición de esclavo pasando por uno de tantos…y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte… Todo para salvarnos a nosotros.
b. La eucaristía (memoria de una vida de servicio y fraternidad)
La segunda consideración de este día de Jueves Santo la tenemos en la institución de la eucaristía. San Pablo, habla de “una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he trasmitido”. El texto de la Carta a los corintios refleja, ese gesto de Jesús por el que se perpetúa su presencia entre los hombres en el pan y en el vino. Ha surgido la nueva pascua, el nuevo paso del Señor Jesús por la comunidad de los creyentes, que ya no se celebra solamente una vez al año, sino siempre que los cristianos se reúnen, y proclaman la muerte salvadora de Jesucristo.
La tradición sobre la institución de la eucaristía, que Pablo había recibido del Señor, viene precedida en la Carta a los corintios de otro exordio, menos solemne ahora, en que el apóstol critica las desigualdades de los cristianos al celebrar la cena del Señor: “Mientras uno pasa hambre, otro se embriaga… ¿o es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen?”. Y acaba afirmando con dureza: “Examínese, pues cada cual, y coma entonces el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”.
Con la eucaristía seguimos haciendo memoria de Jesús. Hoy también nosotros celebramos la vieja y la nueva pascua. Lo hacemos en esta iglesia, al igual que lo celebran también en algún escondido lugar de la tierra donde un pequeño grupo de creyentes lo hace con sencillez extrema, como aquella comunidad de Corinto. Unidos a la tradición de Pablo y de los Evangelios –repitiendo las mismas palabras de Jesús, por las que él se hace presente en el pan y en el vino consagrados–.
El lavatorio y la Institución de la eucaristía nos vienen a recordar algo que nunca debiéramos perder de vista: que Eucaristía y servicio vienen a ser una misma cosa. Porque no podemos entender lo que es Eucaristía si no entendemos lo que es servicio, no podemos vivir la Eucaristía si no vivimos con actitudes de servicio, no podemos participar en la Eucaristía si no somos servidores de los pobres.
c. El sacerdocio (la entrega)
Me acercaré al altar de Dios; al Dios que llena de alegría mi juventud, mi vida (Cf. Sal 43, 4).Así comienza el sacerdote la misa.
El sacerdocio es un carisma recibido del Señor, pero también una forma de vivir, de estar en el mundo, de servir a los demás. El sacerdote celebra los misterios de Dios, administra los sacramentos y la palabra de vida, habla de Cristo y ayuda a los pobres. Los sacerdotes, presbíteros, son como hermanos mayores.
Según el Santo Padre, rezar, curar y anunciar son los tres imperativos esenciales de la vida y del ministerio de los sacerdotes, quienes, de este modo, serán fieles a su ordenación y evitarán convertirse en burócratas de lo sagrado.
El sacerdote es el que señala el camino, y debería ser el primero en hacer lo que tienen que hacer los demás, el primero en emprender el camino que han de seguir los demás. Esto significa que debe vivir de la Palabra de Dios, debe ser hombre de oración, de perdón, hombre que recibe y celebra los sacramentos como actos de oración y de encuentro con el Señor. El sacerdote ha de ser hombre de caridad vivida y celebrada, que transforme toda su actividad y ministerio en actos espirituales en comunión con Cristo para la salvación de los demás. Rogad, pues, por vuestros sacerdotes y pedidle a la Virgen María que los mantenga bajo su amparo.