La imposición de la ceniza, y por tanto el inicio del Tiempo de Cuaresma en la Iglesia y en la propia vida del cristiano, no termina ahí. Es momento de intensificar la lectura y meditación de la Palabra de Dios, de hacer más oración, ayuno, obras de caridad, mortificación, de tomarnos más en serio las implicaciones de nuestro Bautismo, de hacer penitencia por nuestros pecados, confesarlos y enmendar nuestra vida… En definitiva, de que nos convirtamos en un miembro bien dispuesto y preparado del Pueblo de Dios que se dispone a celebrar la Pascua del Señor.
Pero no solo hay que preparase como comunidad, pues de nada sirve si no lo hacemos personalmente. Nosotros, cada uno de nosotros, algún día celebraremos de modo privilegiado y personal la Pascua cuando participemos en el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor con la nuestra propia.