Como María, habrá que esperar el tiempo de la gestación, la educación y el crecimiento para poder comprender algo de su misterio.
Sin embargo, colmamos nuestros días de miedo, de negación, de abandono, de interrupciones, de muerte. Abandonamos la esperanza por miedo, abandonamos la fe y la vida de nuestros hijos por egoísmo, abandonamos la responsabilidad por no comprender el sacrificio, abandonamos la capacidad de fortaleza y sacrificio que la vida nos propone.
Por eso, minimizamos la importancia de la vida, ajustamos nuestras leyes para que el aborto sea una opción justificada legalmente, hablamos de embarazos no deseados y de falta de madurez para emprender el camino de acoger una vida. ¿Y si con ellos estamos negando la salvación del mundo? ¿No estaremos negando la esperanza de un pueblo? Ponemos demasiados reparos a la vida.
Oremos por cuantas mujeres se encuentran embarazadas, para que comprendan que dejar paso a la vida que acontece es abrir la vida a la esperanza de un pueblo. Oremos por cuantos hombres huyen del sacrificio, y abandonan a sus mujeres a una suerte incierta. La misión de acoger al hijo es también la misión de ofrecer la paz y la reconciliación debida.