El padre Pedro Opeka llegó a Africa a los 22 años, después de su ordenación.
Allí quedó impactado por la cantidad de gente que vivía de la basura.
Y decidió hacer algo:
terminó armando una verdadera ciudad, con 17 barrios, 5 guarderías y 4 escuelas.
Cuando tenía 10 años ayudaba a su padre a levantar paredes en la construcción. A los 14 ya había leído la Biblia. A los 17 conoció lo que era la pobreza de los Mapuches del Sur y les construyó una casa para que se resguardasen del frío. A los 22 viajó a Madagascar, uno de los países más pobres de África, y se instaló para siempre.
Allí rescató a más de medio millón de personas que vivían de la basura, creó pueblos y colegios y hoy es considerado el “Albañil de Dios”. Su nombre es Pedro Opeka y este año fue propuesto como candidato para Premio Nobel de la Paz.
El Padre Pedro recibe a Clarín en la casa de Ramos Mejía, donde ahora vive un hermano que está enfermo y al que vino a visitar por una semana. La casa parece un museo: hay fotos de él en Africa, libros, condecoraciones. Pedro tiene ojos celestes y barba blanca, de su cuello cuelga una cruz desde hace 30 años. Gesticula, sonríe y algunas palabras se le patinan producto de hablar cinco idiomas. “Nadie es profeta en su tierra”, dice una de sus hermanas.
En Argentina muy pocos lo conocen, pero en el mundo circulan más de 10 libros sobre su obra y su trabajo quedó registrado en 7 documentales, incluido uno de Jacques Cousteau. También lo llaman “La Madre Teresa con pantalones”, “Soldado de Dios”, “El Santo de Madagascar” o “El apóstol de la basura”.
A los 22 años la congregación de San Vicente de Paul le ofreció viajar a Madagascar, y no dudó. En ese lugar conoció la miseria: “Cuando llegué a Antananarivo, la capital, vi miles y miles de personas que vivían de uno de los basurales más grandes del mundo. Esa noche no dormí y le pedí a Dios que me de fuerzas para rescatarlos de ahí”. Y eso hizo. Volvió a Argentina para ordenarse sacerdote en Luján y marchó a su lugar en el mundo con los humildes. Le tomó tiempo ganar la confianza del pueblo y utilizó el fútbol para acercarse a la población y romper con el estigma de ser el único blanco. En 1990, puso la primera piedra en Akamasoa (que significa “Los buenos amigos” en el idioma malgache), un lugar para los pobres. Para quedarse a vivir allí solo es necesario trabajar, enviar los hijos al colegio y respetar las normas básicas de convivencia. Akamasoa se convirtió en una gran ciudad, con 17 barrios y 25 mil personas; el 60% menores de 15 años. Hay 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. En total, 10 mil los escolarizados.
Este año el Padre Pedro fue propuesto como candidato al Nobel de la Paz, pero no olvida ni Argentina ni políticos: “Los planes sociales son lo peor que se le puede hacer a un pobre. El asistencialismo debe existir siempre con trabajo. El que no trabaja que no coma», asegura y opina: “El país lo veo estancado, sin haber crecido. Argentina, que puede darle de comer a toda Africa, no puede tener gente con hambre”.
Opeka dice que no hay que sacar las villas, sino embellecerlas: “Las personas que viven ahí sienten ese lugar como propio, se debe fomentar la idea de que las casas son su hogar y que cuanto más lindas estén de una manera más digna van a poder vivir”.
Si sacamos números, 500 mil personas no llega a ser ni el 0,1% del total de hambrientos en Africa, que suma a más de 600 millones, pero la capacidad del Padre Pedro para cambiar el mundo va más allá de eso, él es un ejemplo a seguir para todos los argentinos, y el mundo.