Mi amigo, Javier, me envía este «sucedido»…
Un sacerdote preocupado por una persona que se había apartado del camino de la fe,
decidió un buen día marchar hasta su casa para entablar conversación con ella.
Lo cierto es que, al adentrarse en la vivienda,
no sabía cómo articular palabra e iniciar una conversación con aquel que -hace tiempo- dejó la práctica religiosa.
Dirigiéndose hacia la sala de estar, e invitado por el anfitrión a sentarse,
optó por entretenerse con el carbón de la chimenea.
Con el atizador iba apartando los trozos mayores del fuego que al poco tiempo se tornaban en color negro y se enfriaban.
Al momento, y con el atizador, acercaba de nuevo los trozos hacia el fuego y -el carbón- recuperaba su fuerza, vigor y color incandescente.
Al llegar el momento de la despedida, y ante la atenta mirada del dueño de la casa, dijo: siento no haberle podido decir nada de lo que pensaba.
A lo que, este último, sentenció: ¡No por cierto! Usted me ha echado un gran sermón con el carbón de la chimenea. El domingo iré a misa se lo prometo.
Alejarse de la fe es fácil pero, no es menos cierto,
que cuando no se cultiva y se enfrían las entrañas…
nos puede pasar como a ese trozo de carbón: hasta nuestra vida cambia de color
y hasta podemos coger una pulmonía espiritual por la frialdad hacia las cosas de Dios.