Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.
«Inmaculada» significa «que no tiene mancha», refiriéndose al pecado, como diremos en el Prefacio: «preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original». Y hoy nuestro deseo debe ser estar limpios de pecado, como María. Pero somos conscientes de que espiritualmente padecemos una especie de «síndrome de Diógenes». Descuidamos nuestra vida, nuestra limpieza de alma, y poco a poco vamos acumulando «basura» en nosotros por el pecado que vamos cometiendo de pensamiento, palabra, obra y omisión. No tomamos conciencia de la riqueza que hemos recibido en nuestro bautismo, de la riqueza que recibimos en la Eucaristía y los demás sacramentos, de la riqueza que tenemos a nuestra disposición si cuidáramos la oración, el compromiso, la formación y vivimos y nos movemos en medio de una gran pobreza espiritual.
Y aun cuando caemos en la cuenta de esto, también somos conscientes de que por nosotros mismos no podemos librarnos de toda esa «basura» que por nuestro pecado hemos ido acumulando, y necesitamos que venga el «servicio de limpieza» a librarnos de ella. Por eso hoy, mirando a María Inmaculada, hacemos nuestra la oración que diremos sobre las ofrendas: «así como a ella la preservaste limpia de toda mancha, guárdanos también a nosotros… limpios de todo pecado». Pero, conscientes de nuestra realidad y de nuestra debilidad, también podemos preguntarnos, como María en el Evangelio: «¿Cómo será eso…?» ¿Cómo podremos quedar limpios de pecado?
Y la respuesta que recibimos es la misma que María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti…». El Espíritu Santo es quien realiza el «servicio de limpieza» en nosotros por medio del sacramento de la reconciliación, tal como se dice en la fórmula de la absolución: «Dios, Padre misericordioso… derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados…». El Espíritu Santo es quien hace que se cumpla nuestro deseo de limpieza. A la vez, contemplando a María, también debemos darnos cuenta de que ella supo conservar la limpieza, la pureza que había recibido por su Inmaculada Concepción. Por eso, nuestro deseo de limpieza no debe consistir sólo en «estar limpios» sino en «ser limpios», porque como dice el conocido refrán: «No es más limpio el que más lava, sino el que menos ensucia».
Hoy pedimos al Padre, por intercesión de María Inmaculada, que el Espíritu Santo nos enseñe a no ensuciarnos, que nos cure del «síndrome de Diógenes» espiritual, que nos haga conscientes de las riquezas que hemos recibido y recibimos de Dios, para que llevemos un estilo de vida evangélico según el modelo que tenemos en María, y así, en el seguimiento de Jesús, sepamos evitar las ocasiones de mancharnos y no acumulemos «basura» en nuestra vida.
Contemplando a María en su Inmaculada Concepción, preguntémonos: ¿Tengo deseo de limpieza, o padezco en mayor o menor grado el «síndrome de Diógenes» espiritual? ¿Soy consciente de la riqueza que he recibido en el bautismo y que puedo seguir recibiendo en los sacramentos, en la oración en la formación… o llevo una vida de «pobreza espiritual»? ¿Con qué frecuencia recurro al «servicio de limpieza» en el sacramento de la reconciliación? ¿Procuro ser limpio», qué hago para evitar mancharme, qué tendría que cuidar y reforzar para evitar caer en el pecado?
Que la fiesta de hoy nos ayude a avivar nuestro deseo de ser limpios, como María, y puesto que «para Dios nada hay imposible», aunque seamos conscientes de nuestra debilidad pongámonos en sus manos con toda confianza para que el Espíritu Santo pueda venir sobre nosotros y así, siguiendo a Jesús con fidelidad, como María, y contando con su intercesión, lleguemos al Padre limpios de todas nuestras culpas.