1.- NUESTRA TIERRA SE ALEGRARÁ. «Exultará el desierto y la tierra árida, se regocijará la estepa como narciso» (Is 35, 5).
Canta el profeta Isaías las grandezas de los tiempos mesiánicos. En medio de las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven su época, brota su palabra luminosa, llenando los corazones de alegría, disipando miedos y colmando el alma de paz. Sí el profeta, dice que en aquellos campos áridos, paisajes desnudos, tierra seca y estéril como la arena, un día se obrará el prodigio. Florecerá, reverdecerá, dará copiosos frutos, ubérrimos frutos. Será un bosque de cedros altos como los del Líbano, brotarán flores, como en el valle del Sarón, como en el monte Carmelo.
Tierra nuestra, vida nuestra, tan seca a veces, tan estéril, tan árida. Esta sensación de inutilidad, esta impresión de estar sin nada que presentar ante Dios y ante los hombres, este miedo a no haber hecho nada por Él, nada que tenga realmente valor a la hora de la verdad. En esta tierra nuestra, seca y pobre, un día Dios realizará, también contigo y conmigo, el prodigio de una maravillosa primavera, un florecer prometedor de ricos frutos. Y ya no quedarás baldío, y no sentirás el temor de pasar toda la vida sin pena ni gloria. De ahí la invitación: «Fortaleced las manos desfallecidas y afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los apocados de corazón: ¡Valor! No temáis, he ahí a nuestro Dios» (Is 35, 3-4)
Valor, no temáis. Siempre el hombre ha vivido entre peligros y apuros, entre riesgos y pesares, entre prisas e incertidumbres. Sin embargo, es un hecho irrefutable que el ritmo de la vida ha crecido notoriamente, es indudable que el bullicio del vivir, la vorágine de la existencia humana ha aumentado. Y paralelamente aumentan las neurosis, los infartos de miocardio, los complejos, los miedos, las dudas, esa angustia vital que arrastra mecánicamente a los hombres, siempre con prisas… ¡Valor! No temáis, he ahí a nuestro Dios. Viene Dios mismo y nos salvará. No te intranquilices, no te apures, no te angusties. Ten confianza en el amor y en el poder de Dios. Que son tan grandes, tan grandes que se alargan hasta el infinito. Y siempre puedes estar seguro del Señor, sin que nada rompa el equilibrio de tu vida, sin que nada te preocupe seriamente, sin que nada te robe el sueño.
2.- LA VIOLENCIA DE LOS SIGNOS. «Juan que había oído en la cárcel las obras de Cristo…» (Mt 11, 2), Siempre ha sido arriesgado decir la verdad. Por esta razón los profetas solían ser perseguidos y encarcelados, incomprendidos y objeto de burla… La liturgia de Adviento nos vuelve a presentar la figura del Bautista. Hoy lo vemos metido en prisión por mandato del rey Herodes. Su vida disoluta y, sobre todo, sus amoríos con la mujer de su hermano habían provocado la denuncia abierta del Precursor. El rey le tenía cierto respeto, le escuchaba aunque luego no le hiciera caso alguno. Pero Herodías no podía soportar que aquel hombre, surgido del pueblo, le dijese la verdad. Día llegará en que pueda vengarse y eliminarlo de una vez… Sólo la muerte pudo, aparentemente, apagar la voz de Juan que decía la verdad.
Hoy también hay hombres y mujeres que son perseguidos y encarcelados por defender y pregonar la verdad. Hoy también hay sonrisas y palabras de burla ante los voceros de Dios, insultos descarados o encubiertos al paso de un cristiano, que no tiene reparo en aparecer como lo que es, un signo ostensible, incluso llamativo, que proclama con sólo su presencia un mensaje divino de perdón y de misericordia, que ofrece abiertamente el camino de la salvación eterna. En un mundo paganizado y desacralizado, viene a decir el Papa, es preciso dar relieve a cuanto significa un vestigio de lo sobrenatural. No podemos avergonzarnos de ser cristianos, no podemos camuflar nuestras ideas, no podemos traicionar nuestra fe, ni nuestra esperanza, ni nuestra caridad. El Evangelio es un mensaje que exige ser proclamado, que no es compatible con el silencio o con una anuencia conformista. Es cierto que no hay que provocar situaciones límites de tensiones inútiles, es verdad que nunca podemos ser cerriles ni fanáticos, pero también lo es que no podemos conformarnos con lo que contradice a nuestro Credo, ni aceptar como bueno o como indiferente lo que desdice de la Ley de Dios. “Id y decirle a Juan lo que estáis viendo y oyendo”… Juan fue un testigo fiel, un signo claro de la verdad que proclamaba, recto y consecuente, prefirió la persecución, la cárcel y la muerte, antes de claudicar.
Alegría… preparemos los caminos del Señor. Amén. Aleluya.