En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo Hoy es Jueves 15 de Octubre XXVIII Semana Ordinario Santa Teresa de Jesus fue una monja, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, mística y escritora española. También es conocida como santa Teresa de Ávila. Fundó 17 conventos por toda España y dejó una obra literaria importante a lo largo de su vida. Fue la primera mujer declarada Doctora De la Iglesia.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11, 25-30 En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor
Reflexión: Hoy, celebrando la fiesta de santa Teresa de Jesús quisiéramos resaltar como esta mujer del siglo XVI, desde la sencillez de un corazón que buscaba a Dios entre los muros de un monasterio, llega a experimentar no solo la presencia de Dios, sino la urgencia de reformar el carmelo, de volver al auténtico espíritu: la austeridad, la pobreza y la clausura para vivir del todo para Dios. En esta difícil y ardua misión encontró, como siempre sucede, fuertísimos contratiempos y oposiciones. Sin embargo, dos pilares fundamentales sustentaron la misión recibida: la paz que brota en lo más profundo, fruto de la sabiduría de Dios, y la constancia, firmeza y determinación para llevar adelante la misión encomendada.
En el Evangelio de hoy se resaltan tres aspectos fundamentales: la oración agradecida: “te bendigo Padre”, el reconocimiento de que todo procede De Dios, y la invitación a ir a descansar junto al maestro, asumiendo su yugo y su carga.
Una bendición porque la revelación de Dios, la Sabiduría auténtica, fructifica en las personas de corazón sencillo y abierto al querer de Dios. Jesús al manifestar que todo proviene del Padre, también expresa el vínculo tan íntimo y especial que existe entre ellos. El es su Hijo eterno. La llamada a confiar plenamente en Él, rebasa todas las expectativas humanas ante las dificultades y problemas. El yugo y la carga que provienen de la opción de ser discípulos… es leve, pertenecen al ámbito del compromiso desinteresado y generoso, del ámbito del Amor.
En Teresa de Jesús, encontramos un camino de santidad, es decir, de seguimiento radical, forjado por la búsqueda de un Dios que se hace presente entre los pucheros, en lo más sencillo y cotidiano. Y a la vez en lo más inimaginablemente sublime. Práctica y Mística. Su vida manifiesta que, a partir del encuentro personal con el Maestro, surge una confianza plena, incluso en las circunstancias más adversas: “Nada te turbe, nada te espante (…) quien a Dios tiene, nada le falta”. Y eso sí, esta gran mujer llevó adelante la misión que Dios le confió con “determinada determinación”, rebasando todas las expectativas humanas ante las dificultades y problemas. La radicalidad en nuestro compromiso evangélico es posible, podemos ir hasta Él sin miedo, porque Él nunca falla.
_* Dios te bendice…*. “Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, muérame yo luego
Vea quién quisiere rosas y jazmines, que si yo te viere veré mil jardines.
Flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, muérame yo luego.
Véante mis ojos…
No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quién esto siente. Sólo me sustente
tu amor y deseo véante mis ojos, muérame yo luego. Véante mis ojos…
Siéntome cautiva sin tal compañía, muerte es la que siento sin Vos, Vida mía. Cuándo será el día
que alcéis mi destierro
véante mis ojos, muérame yo luego. Véante mis ojos…
Dulce Jesús mío, aquí estáis presente, las tinieblas huyen, Luz resplandeciente. Oh Sol refulgente, Jesús nazareno, véante mis ojos, muérame yo luego.
Véante mis ojos…
¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino? Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino? Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho! véante mis ojos,
muérame yo luego.
Véante mis ojos…” (Canción que tanto amaba Santa Teresa).