Hoy celebramos la realidad de un misterio salvador expresado en el Credo y que es muy consolador: “Creo en la comunión de los santos.” Todos los santos, desde la Virgen María, que han pasado ya a la vida eterna, forman una unidad: son la Iglesia triunfante, a quienes Jesús felicita: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5, 8).
Los santos, que vivieron en carne propia las bienaventuranzas, también están en comunión con nosotros, por el amor de Dios que “jamás dejará de existir” (1 Corintios 13, 8); ese amor que nos une con ellos al mismo Padre, al mismo Cristo Redentor y al Espíritu Santo. Por tanto, no veneramos a los santos solamente por su ejemplo de vida, sino sobre todo por la unidad que tienen con toda la Iglesia en el Espíritu.
Así, pues, la vida que describen las bienaventuranzas es nuestra herencia espiritual, y comenzamos a participar en ella cuando Cristo nos hace suyos y nosotros seguimos su ejemplo. Ahora somos hijos del Padre, y compartimos estas bendiciones. Por eso, alabemos la gloria de Dios que vemos en la vida de los santos, y pidamos que esa gloria brille también en nosotros por la presencia de su Espíritu.
Oración: _“Amado Jesús, te doy infinitas gracias por aceptarme y adoptarme como hijo de Dios.”_
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*¡SÍ! ¡ES POSIBLE, SEÑOR!*
Con tu mano, y de tu mano, alcanzar con nuestros dedos
la bóveda de tantos hermanos nuestros que,
por ser diferentes,
hoy gozan de tu abrazo y de tu reconocimiento.
Ellos, los Santos de todos los tiempos,
nos invitan y nos recuerdan, nos estimulan y nos inyectan
un “es posible” ante lo que en el mundo
parece una utopía:
¡SER DE DIOS Y COMO DIOS MANDA! ¡
ESO ES SER SANTO!
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*Dios te bendice hoy. Feliz día de los Santos.*