¡Qué lejos estamos de la fe de este hombre, esa fe humilde, que no hace vanas preguntas, que hace que la creatura tienda y busque a su Creador! No miremos nuestra vida desde la superficie, sino tengamos el valor de entrar en la casa, descubrir dónde están nuestras parálisis y ponerlas delante del Señor para que las cure.
“Señor, sana mi corazón, que tu Palabra sea la que ilumine mi casa, todos sus rincones, oscuridades y recovecos; dame el don de una fe humilde que pueda confesar que Tú eres el único capaz de sanar plenamente las heridas del mundo y de mi propia casa; una fe obediente a tu Voluntad, para que cuando digas “Haz esto”, lo haga sin vacilar”. Amén.