«Hablemos, por tanto, como el Espíritu Santo nos conceda expresarnos,
pidiéndole humilde y devotamente que nos infunda su gracia,
para que llegue el día de Pentecostés por la perfección de los cinco sentidos
y la observancia del Decálogo; para que quedemos llenos del espíritu impetuoso de la contrición y nos abrasemos con las lenguas de fuego de la confesión, para que, encendidos e iluminados en el esplendor de los santos, merezcamos ver a Dios uno y trino. Ayúdenos aquel que es Dios uno y trino, bendito por los siglos de los siglos.
Diga todo espíritu: Amén, aleluya.» ( De los sermones de San Antonio)