Lectura del santo Evangelio según San Juan 13, 16-20: Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».
Reflexión: El Evangelio que hoy se proclama hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,12). Así, este gesto —leído desde este tiempo de Pascua— recobra una vigencia perenne. Fijémonos, en tres ideas principales:
En primer lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro, cómo decía San Juan Pablo II, llega a ser “alguien que me pertenece” y un “don para mí”, a quien hay que “dar espacio”. Nuestra lengua lo ha captado felizmente con la expresión: “estar por los demás”. ¿Estamos por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan?
En segundo lugar: mostrar aquello que somos. En nuestra sociedad de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir, sino una tarea a cumplir, a vivir cada día: «Dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,17). Quizá por eso, el Maestro no se limita a las palabras sino que imprime el gesto de servicio en la memoria de aquellos discípulos, pasando inmediatamente a la memoria de la Iglesia; una memoria llamada constantemente a ser otra vez gesto: en la vida de tantas familias, de tantas personas que esperan sinceridad y verdad. Jesús resucitado lo reafirma convirtiéndose en servidor nuestro, nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que, cómo decía san Fulgencio «habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios».
Y una tercera observación: qué bueno sería recordar que somos enviados a la misión y no vamos en nombre propio, vamos en nombre de Dios, Uno y Trino, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Nuestro mensaje, gestos y acciones los realizamos porque hemos sido enviados por Otro. No somos protagonistas ni fuente de aquello que llevamos, somos mensajeros, transmisores, portadores de la buena Noticia de Jesús. Si esto lo hiciéramos así, nuestros fracasos en la misión también los viviríamos desde otra perspectiva.
Ahora pregúntate: ¿Cuándo realizar una tarea, un servicio… eres consciente que no eres el protagonista, sino que vas enviado por Otro? ¿Caes en la cuenta de que no estás llamado para llevar tu mensaje sino el mensaje de Cristo?
Dios te bendice…* pídele Su Luz para vivir en la Verdad… “Señor Jesús, danos fortaleza para no dejarnos manipular y danos generosidad para servir a los demás en aquello que necesiten, o nos necesiten: Ofrecer la verdad y la Fe, ofrecer tiempo para que los demás puedan aparecer como personas para nosotros, ofrecer parte de nuestros bienes para socorrer tantas necesidades. Llénanos de ti, para que nunca nos sintamos vacíos, abrumados por desprecios, desbordados por tantas y tantas necesidades o incluso frustrados si nos interpretan mal. Y, por favor, cuando tengamos necesidad de los otros, que seamos humildes para recibir ayuda. Señor Jesús, confío en ti”.