Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

Nació San Bonifacio en Devon, Inglaterra, el año 672 o 673. En el bautismo recibió el nombre de Wilfrido, nombre que más tarde, como veremos, el papa cambiaría por el latino Bonifacio. Cuando sólo contaba siete años fue llevado por sus padres al cercano monasterio de Exeler para ser en él educado. En él recibirá una formación humana e intelectual muy buena, que, abrazada más tarde la vida monástica en el monasterio de Nursling y recibida la ordenación sacerdotal, permitirá a su abad Wulfhardo encargarle de la formación de los jóvenes en la escuela del monasterio. Durante los años de formador compuso entre otras obras una gramática y un tratado de métrica latina inspirado en San Isidoro. A través de toda su vida Bonifacio dará pruebas de una muy buena formación y de un amor apasionado a las letras tanto profanas como sagradas, a éstas sobre todo. Esto, unido a sus cualidades humanas y a su gran bondad, hizo que se viese pronto rodeado de admiración y cariño.

Pero poco a poco se fue afianzando en él, anglosajón, la inquietud de predicar el Evangelio a sus hermanos de raza los sajones del continente. Y cuando contaba poco más de 40 años, acompañado de algunos de sus hermanos monjes, se embarcó, arribando a Frisia en la primavera del año 716. Su intención era trabajar a la sombra del obispo Wilibrordo, monje también. Pero éste se había visto obligado a abandonar Frisia a causa de la guerra que en ésta se había desencadenado. Desanimado retornó a su monasterio.

Mas siguió firme en su vocación misionera y pasados dos años, en 718, provisto de una carta de presentación del obispo de Winchester, se encaminó a Roma. Gregorio la lee sonriente, asiente, cambia su nombre sajón Wilfrido por el latino Bonifacio y le envía a misionar. Trabaja durante un tiempo en Turingia, mas al enterarse de que, habiendo muerto el perseguidor Radbodo, el obispo Wilibrordo estaba de nuevo en Frisia, se encamina ilusionado a esta región, campo de su primer fracasado intento misionero. A la sombra de Wilibrordo, aprendiendo de la larga experiencia de éste, se entrega a la conversión de los frisones. Pasados varios años, rechazando la petición que se le hacía de suceder a Wilibrordo en la sede de Utrecht, sólo ya él, buscando nuevo campo donde misionar se dirige a Hesse, en las márgenes del Omh, donde, protegido por los francos, conviene a varios miles y funda su primer monasterio.
Consciente de que actúa como enviado del papa, escribe a éste dándole cuenta de sus trabajos. Gregorio II contesta a su carta y le pide que viaje a Roma lo que hace inmediatamente el santo misionero. En 722 está ya en Roma. Gregorio II, aprobada la profesión de fe de Bonifacio, le ordena obispo el 30 de noviembre y con cartas de recomendación para obispos y señores le envía a seguir predicando el Evangelio. En 732 acude por tercera vez a Roma para dar a conocer al papa sus trabajos apostólicos y recibir instrucciones. El papa ahora Gregorio lII, le nombra arzobispo con plenos poderes para que como Legatus Germanicus siga desplegando su actividad misionera creando nuevas diócesis y nombrando obispos para ellas.

En cumplimiento del mandato recibido del papa y con los poderes que le ha dado recorre incansablemente estos inmensos y variadísimos territorios, cuyos habitantes unos, aun cuando han recibido ya el Evangelio, viven como paganos, otros son aun totalmente paganos. Nombra obispos, crea nuevas diócesis, funda monasterios, convoca y celebra el Concilium Germanicum y vatios sínodos. Obra ingente que habla muy alto de la talla humana y espiritual de Bonifacio, quien, sin dejar de vivir como monje, cumple sin reservas con su misión de obispo.

La colaboración de la Iglesia de Inglaterra, que nunca le dejó solo, se acrecentó, como he dicho, cuando Carlos Manel se le enfrentó y, como consecuencia, los obispos, los sacerdotes y los monjes francos comenzaron a mostrarse reacios a aceptar las reformas que Bonifacio, cumpliendo lo que el papa le había encomendado, intentaba poner en práctica. Es entonces cuando Bonifacio pide ayuda a la Iglesia de Inglaterra y ésta responde generosamente: monjes, monjas y clérigos cruzan el mar y se ponen a su disposición. Es un fenómeno que pocas veces se ha dado en la historia de la Iglesia. Para todos fue encontrando Bonifacio lugar y misión.

Siguiendo el ejemplo de los monjes enviados por San Gregorio Magno a Inglaterra, fue preocupación constante de Bonifacio fundar monasterios. Monasterios de monjes que irradiasen en su entorno vida cristiana y cultura y de los que saliesen los misioneros que irían abriendo nuevos campos en los que la Iglesia se iría asentando, monasterios que acogiesen y formasen a los futuros sacerdotes y a los que más tarde desempeñarían cargos de responsabilidad en la sociedad. Y con los monasterios de monjes, los monasterios de monjas. Como hombre de Dios que era, tenía fe en la fuerza de la oración de las almas consagradas y por ello valoraba la presencia de los monasterios de monjas. Hay en su epistolario páginas antológicas en este sentido.

Cumplidos los ochenta años aún tiene arrestos para seguir trabajando en los pueblos que Dios le ha encomendado. Acompañado de medio centenar de colaboradores se encaminó hacia Frisia, región en la que hacía ya tantos años había realizado su primer fracasado intento evangelizador y en la que repetidas veces después había sembrado y cultivado la semilla evangélica. Quería fortalecer en la fe a los que habían ya recibido el Evangelio y evangelizar a los que seguían aún sumidos en el paganismo. Cuando se disponía a confirmar a los bautizados, fueron asaltados él y los que con él estaban por unos bandidos en Dokkum y martirizados el 5 de junio del 754. Su cuerpo fue sepultado en Maguncia, de donde más tarde, cumpliendo el deseo del santo, sería trasladado al monasterio de Fulda, que se convertirá en el centro espiritual de Alemania, que siempre ha venerado a San Bonifacio como padre en la fe y celestial patrono.

Augusto Pascual O.S.B.
Abad emérito de Leyre