Jueves, III semana del tiempo ordinario
Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia
El joven Santo Tomás se graduó como doctor de teología en la Universidad de París y a sus 27 años ya era maestro en esa ciudad. Más adelante es convocado por el Papa y por siete años recorrió el país italiano predicando y enseñando. Incluso el rey San Luis le consultaba los asuntos de importancia.
En cuatro años escribió “la Summa Teológica”, su obra maestra de 14 tomos. Además, compuso el “Pangelingua” y el “Tantum ergo”, así como otros cantos Eucarísticos que se entonan hasta nuestros días. Lo admirable de este santo es que la sabiduría no la adquirió tanto en la lectura de libros, sino de rodillas y en oración ante el crucifijo. Jesucristo se le apareció y le dijo: «Tomás, has hablado bien de mí ¿qué quieres a cambio?» Él respondió: «Señor: lo único que yo quiero es amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más».
¡Buenos días hermanos!
Hoy celebramos a Santo Tomás de Aquino que predicó con pasión la Buena Noticia, revelando la verdad de Jesucristo y entregando su vida a los demás sin reservas. De esto precisamente nos habla el Evangelio de hoy, de no esconder ni reservarnos la posibilidad de que otros conozcan su amor. «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero?». Nosotros somos el candil, el recipiente sobre el que Dios quiere hacer brillar su luz para que todos los conozcan pero para ello tenemos que estar en lugares estratégicos para que la luz alcance al máximo. Los cristianos somos fermento en medio del mundo y la mayoría de veces no es fácil hablar de Dios por eso también estamos llamados a ser audaces y hablar de Dios sin nombrarlo, a través de nuestras actitudes y acciones.
El Evangelio continúa: «La medida que uséis la usarán con vosotros. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene» (Mc 4,21-25) ¿A qué se refería Jesús con estas palabras? Al qué tiene… bondad, se le dará bondad, al qué tiene paciencia se le dará paciencia, perdón para que el que da perdón… Porque el bien es una honda expansiva que se multiplica y se reparte hasta lugares insospechados, es inevitable que se contagie porque en sí mismo, el bien, es irremediablemente fecundo. También el mal, el pecado, tiene sus consecuencias en sí mismo pero, al contrario que la caridad, conlleva destrucción, vacío y sin sentido.
Como dice la primera lectura: «Llenos de fe, mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad» (Hb 10,19-25). Es tiempo de amar, de pensar en el otro, de actuar como nos gustaría que lo hicieran con nosotros, entregándonos con todo el esfuerzo posible, como si todo dependiera de nosotros pero con la certeza de que depende de Dios, del Dios de lo imposible.
¡Señor, qué arda nuestra lámpara con el fuego de tu amor y tu luz transforme toda la tierra!
¡Feliz y bendecido jueves!