Mi reflexión en la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Rm 8,14-17/Mt 28,16-20). Hablar de Dios no es fácil. Para algunas personas, Él solo es una fábula recreada en el tiempo, producto de nuestros miedos e ignorancia. Para otros, en caso que exista, Dios tiene tendencias sádicas e indolentes, pues frente a las injusticias e impunidades, pareciera estar mudo. Se piensa, sin atino, que Él tiene que hacerse cargo de nuestras irresponsabilidades.
Hay otros que piensan, que Dios solo es una experiencia intimista y cerrada, exclusiva y placentera, cuyo fin sería únicamente traernos una paz imperturbable. Hay quienes piensan que Dios está al servicio de nuestros caprichos o como “farmacia” para nuestros dolores. Pero, no porque lo neguemos o lo desvirtuemos, Dios deja de estar presente o Dios deja de ser quien es. Ciertamente hay un “dios” que no debería existir: el “dios” que justifica la aniquilación del otro o que permanece impávido ante su sufrimiento. El “dios” que se desentiende del planeta o el que sostiene nuestros deseos de poder, de venganza y soberbia.
Para el cristiano, Dios es Trinidad, es comunión en el Amor. Dios es Padre que crea todo en gratuidad, con ternura y en libertad. Dios es Hijo que participa de los gozos y alegrías de la Humanidad, y que comparte desde dentro, en la cruz, la terrible presencia de la injusticia, del dolor. Y en su resurrección nos recuerda que es la vida, y no la muerte, la que tiene la última palabra en la historia. Dios es Espíritu Santo que con fogosa y chispeante presencia, recrea nuestros corazones para hacer creativo y efectivo el amor conque hemos sido amados. Vivir Trinitariamente, es hacer del amor más honesto, nuestra raíz vinculante; es asumir que la comunión solo se construye en la aceptación de la diferencia del otro; es ofrecer lo mejor de nosotros como lugar de perdón y de paz.
Gloria al Padre. Gloria al Hijo. Gloria al Espíritu Santo. Feliz y bendecida semana. Todos somos misioneros, no olvides compartir.
(P. José Antonio González P. cm).