Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy es Domingo III ciclo C del Tiempo de Adviento

San Lucas 3, 10-18 En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan «¿Entonces, qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Palabra del Señor

Reflexion Por difícil que a veces nos resulte de entender y de aceptar. Nosotros, la familia humana, con todas las realidades, incluso contradictorias, que nos configuran, somos también razón de ser de la alegría del Misterio de Dios. El profeta Sofonías nos lo expresa con claridad: “El Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. Esta alegría del Señor reclama la nuestra, que no podrá por menos de ser, en no pocas ocasiones, una “alegria seria”. Seria, santa y sabia. Seria por la dureza de las circunstancias en que habremos de vivirla y expresarla. Santa porque tiene una raíz teologal, y participa de la propia alegría de Dios. Sabia, porque está henchida de esperanza, al conocer su origen y su meta que son la misma realidad: el Misterio insondable de Dios y de su Amor por nosotros.

Esta alegría seria, santa y sabia, es la conocedora del dolor y del sufrimiento, del derramamiento de sangre, y, sin frivolizar con ellos ni sobre ellos, es capaz de mantenerse en pie y seguir apostando y esforzándose cada día por la dignificación de la vida.

Esta alegría seria, santa y sabia, es la conocedora del fracaso y del desamor, del sabor amargo de la soledad y del zarpazo cruel de la enfermedad, y, sin embargo, sabe y confiesa que en el corazón de cualquier oscuridad esta también presente la luz inextinguible del Amor de Dios.

Esta alegría seria, sabia y santa, es, en definitiva, la alegría de la fe, que nos hace renacer a la esperanza. El Papa Francisco lo expresó con convicción en “Evangelii gaudium”, citando un párrafo del Libro de Lamentaciones: “Poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha… Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad!… Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor»”.

La predicación de Juan el Bautista a orillas del Jordán mira a una transformación del estilo de vida, de los criterios y comportamientos de sus oyentes. Y ellos lo saben, y preguntan qué deben hacer.

La misma pregunta se vuelve con fuerza a nosotros, y reclama ponernos a la escucha. Por eso la respuesta es muy personal. En este momento únicamente comparto con Usted, amigo lector, los atisbos de respuesta que encontré en mi escucha.

Creo que debo dar frutos de alegría, de la que he hablado anteriormente. Y también de generosidad, en ella y con ella el amor se hace palpable. ¡Y siempre estamos tan necesitados de amor! Y encontré también en la escucha una llamada a construir la añorada paz y la siempre lejana justicia; y al perdón, ¡al difícil perdón!, ese perdón que debemos ofrecernos con la misma profusión los unos a los otros por grande que sea la ofensa. No serán frutos menores de verdadera conversión.

_* Dios te bendice…* Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.