Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

La vida es una pura sorpresa. Nadie, absolutamente nadie, puede predecir el futuro.Viernes XXXII Ordinario

Ni siquiera lo que pasará mañana. Para bien o para mal.

Todo puede pegar un bandazo inusitado que nos deje temblando

y sin saber por donde nos viene el aire.

Puede ser una enfermedad o el encuentro gozoso con esa persona con la que se percibe y entiende que se puede construir un proyecto de vida juntos, para siempre y para todo. O un accidente o una guerra. O la lotería. La vida es muy irracional a la hora de repartir sus cartas. Ni siquiera es verdad eso de que el que la hace la paga. Ni mucho menos. A veces los que merecerían un castigo, pasan sin pena ni gloria o con más pena que gloria. La verdad, la mera verdad, es que nadie controla el futuro, el mañana.

La verdad es que contamos con un tiempo que se nos escapa de entre las manos sin sentirlo, que cuando somos jóvenes nos parece eterno y que, según nos vamos haciendo mayores, se nos pasa más y más rápido, casi sin percibirlo. Este tiempo, este ahora, es el gran regalo de Dios. Es nuestro tiempo, es lo que somos y lo que vivimos. No sabemos lo que nos pasará mañana pero sabemos lo que nos está pasando ahora mismo. Vivir, disfrutar de este don, es la primera forma de agradecer al Creador y Dador de la Vida.

El Evangelio de hoy no quiere introducirnos en una meditación amenazante, de catástrofes futuras. Por el contrario, lo que nos quiere transmitir es que más que dolernos por lo que nos pueda pasar en el futuro, lo que vale verdaderamente la pena es vivir el presente. Y vivirlo de la única forma que vale la pena: compartiendo lo que tenemos, creando fraternidad, regalando vida. El que pretende guardarse en un cofre los minutos de su vida presente, no vive sino que está muerto. Sólo vive el que comparte lo que tiene y lo que es. El que regala la vida es el que la recobra multiplicada cien veces en gozo y alegría y esperanza. Ese es el que vive el presente a tope, el que disfruta y goza. Ese es la alegría del Dios de la Vida, que no la creó sino para que viviésemos en fraternidad y alegría.